Ha llegado la primavera y con ella la alegría de vivir. Los árboles se llenan de flores y los pájaros entonan cantos corales, mientras las abejas liban el néctar de las flores con embriagada euforia. El Gobierno también disfruta de esta embriaguez, aunque sea templada. Dispone de más dinero para repartir y satisfacer las demandas de la oposición, incluidos los agravios autonómicos que ardieron tras el avanzado reparto. Ya casi tiene en la mano esa mayoría necesaria para conseguir que el Congreso apruebe los Presupuestos, después de tantas derrotas sufridas a cuenta de su minoría parlamentaria. Árbitro de la situación es el PSOE, que con sus 84 diputados modula la iniciativa legislativa del Gobierno aprobando leyes de carácter social, como la de pobreza energética, o la subida del SMI, a la vez que acopia la mayoría necesaria para la derogación de otras polémicas aprobadas en la anterior legislatura.Atrapados en el dilema entre el trabajo parlamentario o la acción callejera, los de Podemos y sus confluencias apenas hacen valer sus 67 diputados para aglutinar mayorías de apoyo a medidas de emergencia social, como parecía ser su intención en el inicio de la frustrada legislatura. Sin embargo, el miércoles protagonizaron un acto de veto, signo de su poder parlamentario. Junto a ERC, lograron impedir una declaración del Congresosobre el deterioro democrático que sufre Venezuela, tras la sentencia del TSJ de asumir las funciones de la Asamblea Nacional, en la que se pedía la liberación de los presos políticos y se exhortaba a las autoridades venezolanas a la "celebración de elecciones transparentes" previstas en su ordenamiento jurídico.

Si tras el autogolpe de Maduro, el responsable de política internacional de Podemos, Pablo Bustinduy, se negaba a condenarlo y decía que se trataba de "un conflicto entre el ejecutivo y el legislativo", el miércoles Iglesias decía que era "irresponsable intentar atacar a la oposición usando una crisis institucional de un país hermano".

A sabiendas del sufrimiento del pueblo venezolano por la inseguridad y precariedad a las que le han conducido la deletérea incompetencia de su Gobierno, la deriva dictatorial del régimen chavista era una excelente oportunidad para que Podemos refutara a sus detractores con una clara defensa de la democracia y de los pueblos oprimidos por los poderes autoritarios. Pero su veto, además de darle protagonismo en la prohibición y la negativa, avala la crítica de sus adversarios sobre sus deudas y servidumbres, y muestra inquietantes rictus de vieja política, la del intercambio de apoyos y favores en detrimento de la democracia, la justicia social y la solidaridad.

A Pablo Iglesias no parece preocuparle que el TSJ de Venezuela despoje a su Parlamento de sus funciones legislativas y de control al Gobierno, ni que entregue a Maduro poderes dictatoriales, porque su modelo de democracia desconfía del parlamentarismo para fundamentar su legitimidad en los círculos y la lucha en la calle, como figura en el ideario populista. Tras su triunfo en Vistalegre, hizo de su eslogan "luchar crear poder popular" un canto a la participación del pueblo en la política y al combate frente a la opresión del poder ajeno al pueblo. Una opresión que hoy, sin embargo, defiende al impedir la declaración de condena por parte de nuestro Parlamento del fallido autogolpe de Estado y la defensa de la libertad y la democracia en el país hermano.