Hasta que Portugal consiguió la independencia en 1668, los zamoranos estaban afligidos por las frecuentes invasiones de los envalentonados vecinos, los portugueses, que atacaban nuestras aldeas, saqueándolas y llevándose los ganados. Repeler aquellos ataques costaba a Zamora más de lo que le era posible pagar, pero las órdenes reales eran terminantes y había que acatarlas.

Para contener al enemigo en la frontera fue nombrado Capitán General el Conde de Alba y Aliste, con instrucciones de pagar de su bolsillo los soldados que no pagara Zamora. En agosto de 1610, se había pedido a la ciudad que entregara a la tropa combatiente banderas, atambores, pífanos, arcabuces, pólvora, munición, espadas y morriones; de nada sirvió alegar que estaban empeñados los fondos de la ciudad, que los arbitrios ordinarios y extraordinarios no alcanzaban a cubrir las necesidades más urgentes.

Si esto ocurría cuando reinaba Felipe III "El Piadoso", la situación no mejoró con su sucesor Felipe IV "El Grande". A partir de 1642, nombrado Capitán General de la frontera el Marqués de Tábara, los pueblos de la provincia se vieron obligado a afrontar las hostilidades de los portugueses, que traían en jaque a Carbajales y Alcañices. En repetidas ocasiones pasaron el Esla, quemaron Riomanzanas, en Pino robaron el ganado y sorprendieron con sus avanzadas, aunque de vez en cuando sufrían escarmientos.

Pasaron los años siguientes, hasta 1665 en continuas escaramuzas, entrando los portugueses por Ricobayo, Cerezal, Almaraz, Muelas, Tábara, Villarejo y Muga; atacando a Carbajales, Alcañices y Fermoselle; tenían un cuerpo de ejército que apoyado en las plazas de Braganza y Miranda eran de superioridad suficiente para mantener a las guarniciones españolas a la defensiva, con todas las consecuencias que aprovechaban los rayanos.

Gracias a la mejora del armamento que con nuevo sacrificio se impuso Zamora, comprando en Vizcaya mil cuatrocientos cuarenta arcabuces, fueron repelidos los ataques.

La paz firmada en 1668, que reconocía la independencia de Portugal, ofreció algún descanso al vecindario zamorano, que pudo dejar las armas en reposo en la sala de la Alhondiguilla.

Pero como seguían las guerras en Cataluña y Flandes, el rey continuaba pidiendo mayor número de soldados. Así, en 1676 se exigieron a la ciudad de Zamora de una sola vez 800 hombres, que facilitó echando mano de vagabundos, maleantes y presos que había en la cárcel.

Hecha una segunda demanda, ya el Regimiento (Ayuntamiento) presentó una detallada reseña del tristísimo estado de despoblación y penuria en que había quedado la provincia, acompañando relación de daños padecidos y de las cantidades suministradas en los veintiocho años que duró la guerra de Portugal. No creyeron en la Corte tan lamentable situación y enviaron un comisario especial que hiciera investigación, y comprobó que el informe no tenía nada de exagerado, por lo que, esta vez, se eximió a Zamora de que saliera más gente para las guerras y que las contribuciones en metálico se hicieran cuando se pudiera.