El relicario de la Santa Espina es uno de los tesoros del Museo Británico elegido para un programa de la BBC, y luego un libro titulado: " La historia del mundo en cien objetos". Ciertamente la pequeña o grande historia de la humanidad no se entendería si dejásemos de lado la historia de Cristo. El valioso relicario que orna y guarda la santa espina es todo un biopic de la Edad Media europea. El lujo del cofre sagrado nos habla del teocentrismo característico del tiempo comprendido entre la Edad Antigua y el Renacimiento. Dicho relicario es tal que una catedral, en miniatura, de joyería y orfebrería juntas. A mayores nos habla del amor y culto a las reliquias del que tenemos sobrada muestra en Zamora con las de San Ildefonso. A pocos kilómetros de donde escribo estas líneas se veneran las de Santiago Apóstol en la urbe del mismo nombre con la que nuestra ciudad se hermana a través de las iglesias de Santiago de los caballeros y Santiago del burgo. Ahora hablamos de la reliquia de las reliquias, un grial que está recogido en una capillita engastada de perlas con escenas de la Salvación repujadas en oro y plata.

Hay que leer el episodio evangélico de la Magdalena cuando derrama un caro frasco de perfume sobre los pies de Jesús para entender la posterior inclinación de muchos creyentes a engrandecer y enriquecer los iconos de su devoción. Ante la reticencia de Judas a aceptar aquel gesto por excesivo diciendo que bien podría haberse empleado el dinero para los pobres Jesús replica : "Pobres siempre tendréis entre vosotros". Se refería a que la hora de su muerte estaba cerca y el perfume era como un anticipo profético en la costumbre judía de ungir a los muertos antes de la sepultura. Vino a decir: ocasiones os han de sobrar para socorrer a los pobres que tenéis cerca pero a mi no me tendréis siempre como ahora.

La fe necesita asideros o paracaídas para salvar ese salto en el vacío que es la creencia. Las reliquias cumplen, en parte, esa función máxime cuando hablamos de las del mismísimo Salvador. Ya lo reconocía Santa Teresa que a pesar de su vida contemplativa precisaba de los consuelos visibles de todo creyente mortal y lo expresaba poéticamente: " ...mira que la herida de amor sólo se cura con la presencia y la figura...". El relicario de la Santa Espina del que hablamos es una joya de arte que contiene además de un valor económico incalculable una significación que da la clave o el punto de partida para entender el "Ad maiorem Dei gloriam": Todo a la mayor gloria de Dios, que rigió, en buena parte, los postulados políticos de occidente durante siglos. El relicario más espectacular, en piedra, que un servidor ha podido contemplar es La Sainte Chapelle de París, construcción gótica donde uno, al entrar, duda si hay más piedra que cristal o más luz dentro que fuera. Fue mandada construir por San Luis, rey de Francia, para albergar la Corona de Espinas y otras reliquias de Tierra Santa. Puede que la espina del relicario del que hablamos al comienzo proceda de este conjunto sacro. Lo cierto es vemos plasmado en primorosa obra de arte el proverbio que dice: donde está tu tesoro está tu corazón. El British Museum también organizó una exposición : "Tesoros del cielo" con el subtítulo (santos, reliquias y devoción en la Europa medieval). Para los creyentes de antaño todo era poco para dar brillo y realce a los tesoros de su fe. Aunque hoy, como a Judas, nos parezca excesivo, no es menos cierto que no preocupa seriamente la devaluación de nuestra fe. Lo cual también es excesivo en cuanto significa dejar de apreciar en justiprecio el altísimo valor de una faceta esencial de nuestra tradición y cultura con el subterfugio de relegar la fe al ámbito personal. Sin la compresión de la tradición cristiana como algo colectivo, tanto en lo bueno como en lo menos acertado, no existiría la celebración procesional de la Semana Santa ni muchas otras costumbres populares, religiosas, festivas, solidarias, etc. Soy de los que piensan que los árboles quemados o con hongos malignos, de la Iglesia, no nos dejan ver el bosque en el que plantaron sus esperanzas, su anhelo de transcendencia, nuestros antepasados. Pero de un árbol era la madera donde fue clavado Jesús. Aquí fue todo tan excesivo que los evangelios se quedan cortos en la narración del horrendo suplicio. Es tan increíble como admirable que una madre soportara presenciar el tormento de su hijo. El arte lo ha reflejado elocuentemente a lo largo de la historia tanto en escultura (La piedad de Miguel Ángel) en música ( Stabat Mater, de Pergolesi) o en pintura; aquí les dejo en la contemplación del cuadro que recientemente pudimos ver con AQVA, en Toro, hoy en el Museo del Prado, que Fernando Gallego (1440-1507) pintó para la Catedral de Zamora; se trata de la Piedad, o la Quinta Angustia. El Museo la reproduce en su libro-guía actual eligiéndola como prototipo de la pintura de tradición hispano flamenca. Vemos una Madre que aprieta su rostro desolado con el de su Hijo muerto. De la boca de una de las figuras (los donantes) que aparecen en segundo plano, sale una expresión piadosa repetida en la literatura y el arte: "Miserere mei Domine", que en Zamora a todos hondamente nos suena. Con esta imagen de una "maternidad" cargada de tragedia y tristemente repetida hoy, en el retablo de los días que no cesan, podemos decir que sobran relicarios si falta amor. La frase no es mía, está en el relicario de la palabra santa que es el Evangelio.