Estoy dotada de memoria. Conozco el Olvido. (E. Ducay, Hirosima mon Amour).

Ha nevado. Acaba de pasar la máquina limpiando la carretera hacia el pueblo viejo. Por la ventana contemplo el manto blanco sobre las laderas, los jardines y las casas. Las cigüeñas están sobre su nido en la chimenea de la escuela, aquí muy cerquita. Un poco más allá entre los alisos y chopos desnudos se ve el lago, sereno, oscuro hoy. La ladera sur, la Beseda, ofrece toda su hermosura de bosque de robles y acebos cubiertos de nieve.

De pronto un elemento trasgresor pero integrado ya hace muchos años en nuestro paisaje viene a ocupar mi atención y mi alma. La memoria es testaruda y vuelve con fuerza a inundar el momento. Ese símbolo, esa torreta de la peña de Llamacastiello, esbelta y altiva estructura de hierro, con dos puntas de lanza hacia el cielo y bien sujeta al suelo con dos enormes bloques de hormigón me traslada rápidamente a otros días de nuestra otra vida. Cables enormes que llegan y salen de sus brazos portan la energía eléctrica producida en la central, hacia lugares lejanos donde pocos conocerán su origen y su verdadero precio.

En mis oídos resuenan otra vez aquellas voces y gemidos acompasados para unir esfuerzos de los hombres que colocaban los cables en modo para ser extendidos en lo alto. Nuestro monte al Sur del pueblo y del Lago fue el terreno para hacer esta vía de seis carriles por la que "vuelan" los electrones y la alta tensión con el progreso que necesita España.

Me olvido por momentos de esta nieve y vuela también ni mente a aquellos años trepidantes de las obras preñadas de muerte. Sus héroes, nuestros padres, tuvieron que convivir con grandes nevadas, no desde detrás de los cristales, sino inmersos en ella en su duro trabajo diario luchando contra el frío intenso de la sierra del Moncalvo y del Cabril.

Una corriente intensa y fría recorre mi cuerpo ante el recuerdo de tantas vivencias y lucho por no caer en la melancolía que siempre nos acecha; los recuerdos, con el paso del tiempo se están haciendo más tristes, más dolorosos.

Vuelvo al presente con la mirada fija en estos muros de la escuela "nueva", que un día fueron blanquísimos, preciosa en su arquitectura, aupada sobre el punto más alto del pueblo blanco de nueva creación que nos hicieron, con bonito diseño de los arquitectos de los años 50. Otra tristeza me invade, la que me produce el abandono, el olvido, los engaños y la falta de acción de los organismos implicados. La huella de todo esto se ha apoderado del edificio. Sucio, resquebrajado, sin reparar desde que se estrenó, sin pintar hace tantos años. El abecedario de colores de su fachada principal, hoy descolorido y viejo, es el símbolo del estado de las cosas, del paso del tiempo silencioso y destructor y de la injusticia perenne que sobre nuestro pueblo, generoso, se cierne siempre.

Detrás, la iglesia, diseño del arquitecto Santa Teresa, con vidrieras y esculturas de José Luis Sánchez, muestra las mismas condiciones de dejadez y eterna esperanza de redención.

Enfrente, el edificio destinado a Museo de la Memoria. ¿Para cuándo? En los actos conmemorativos del quincuagésimo aniversario, los políticos se disputaron el protagonismo en su "inmediata" creación. Han pasado ocho años. El homenaje, el Museo, la memoria, solo siguen vivos en nuestra mente. Nosotros los supervivientes seguimos solos. Nuestro consuelo, saber que "las personas siguen viviendo mientras que quienes las conocieron miren su estrella todas las noches" (Julio Llamazares). Afortunadamente a las estrellas no llegan los hombres todavía. Siempre estarán ahí y seguirán reflejándose en nuestro Lago.