Mientras Gerard Piqué sigue provocando al Real Madrid y poniendo en tela de juicio su historia, sus trofeos y su "fairplay", su compañero de camiseta, el argentino Lionel Messi, sancionado por la Fifa con cuatro partidos de suspensión por insultar a un árbitro durante el partido entre Argentina y Chile, con ese aire suyo de no haber roto un plato, de despistado, de sansirolé bendito, ha esgrimido en su defensa un argumento que provoca risa. Según el ídolo culé sus palabras fueron lanzadas "al aire" y no al árbitro asistente.

Al capitán de la albiceleste no hay quien le mueva de argumento tan poco creíble. ¿Qué culpa tiene el aire? Si acaso el que sale del silbato del asistente. Pero no quiero darle pistas porque este chico es capaz de agarrarse a un clavo ardiendo. Este que va de bueno, ha sido sancionado por pronunciar "palabras injuriosas". Me las puedo imaginar. Para la Selección Argentina y para el Barça el castigo es desproporcionado, incluso han dicho que inmerecido. Como Lionel es tan buen chico. Si de todo lo que le pasa, incluido sus problemas con Hacienda, la culpa la tiene papá que le maneja la plata, los tiempos, la profesión, la vida y hasta el vocabulario, che. Es a papá a quien tienen que sancionar.

Messi está tan por encima de compañeros de selección y de compañeros azul-grana, que cuando insulta lo hace al aire. Muy espiritual. Muy metafísico. No entendemos la profundidad de su acción. Sólo un poeta de la categoría de Gustavo Adolfo Bécquer podría entenderlo Porque los suspiros son aire y van al aire. Nunca se detienen en la persona de un mortal tan vulnerable a los insultos y a los golpes como es un árbitro. Poco le dijo al colegiado que arbitró el partido de vuelta, en el Nou Camp, contra el Paris Saint Germain.

Messi volvió muy cabreado de su tierra natal. No quiso hablar con los periodistas. Bajó la mirada y que le preguntaran lo que fuera. A preguntas comprometidas, oídos sordos. El, en plan "blowing in thewind". Lo cierto es que ni con Messi ni sin Messi tiene solución lo de la Selección de Argentina. Hubo un tiempo en el que los aficionados albicelestes echaban la culpa al Barça, porque para ellos, Lionel se dejaba la piel en España y llegaba a Argentina agotado, sin fuerza y sin ideas. Luego, cuatro momentos brillantes y volvieron a cambiar de opinión. Ahora, seguro que estarán valorando esta nueva forma de cabrearse con el árbitro cuando no se está de acuerdo con alguna de sus decisiones: decirle al viento lo que se piensa del colegiado para así tratar de evitar la sanción. Sólo que no cuela. Es muy difícil que cuele.

Pero, ¡ay, amigo!, como es Messi, la Afa intentará por todos los medios reducir la pena y si no lo hará el Tribunal de Arbitraje Deportivo, y si no el papa Francisco que para eso es argentino, y si no directamente el conciliador Eolo que por algo, las palabras de Messi estaban dirigidas al aire. Menos mal que se trata de Messi porque si es otro y de blanco, habría polémica para rato.

Parafraseando la letra de la canción del Premio Nobel de Literatura ¿??, Bob Dylan, cuántos insultos un futbolista debe dirigirle a un colegiado, antes de ser expulsado? Cuánto tiene que aguantar un árbitro antes de que el viento le haga llegar los ecos de un insulto?"The answer, my friend, is blowing in the wind. The answer is blowing in the wind".