El ayuntamiento de Barcelona ha celebrado un congreso bajo el nombre "Contrólate en las redes", cuyo objetivo es analizar distintas estrategias para tratar de combatir la intolerancia en las redes sociales. Para ello ha invitado a un plantel de conferenciantes procedentes de distintos ámbitos tanto de España como de otros países. La idea es buenísima en vista de cómo están las redes. Plagadas de gente que descalifica o directamente insulta, de gente que se esconde en el anonimato, incapaz de dar la cara y que de autocontrol y tolerancia andan más bien escasitos.

Hasta ahí, perfecta la convocatoria. Lo sorprendente, lo realmente chungo es ver, al leer el programa, que uno de los invitados a la mesa redonda titulada "Potencial y límites de los medios legales como una estrategia de lucha contra el odio en las redes sociales", es un tal César Strawberry, al que presentan como escritor, compositor, cantante y representante del grupo Def con Dos. En el programa de marras no se detienen en explicar que Strawberry, cuyo auténtico nombre es César Augusto Montaña Lehman, está condenado a un año de cárcel por el Tribunal Supremo por un delito de enaltecimiento del terrorismo y humillación de las víctimas cometido al difundir mensajes de burla en la red social Twitter. Una red que está en la obligación de emplearse a fondo para impedir semejantes burlas y escarnios.

El susodicho no es la persona más adecuada para formar parte de una mesa redonda de esas características. Es como otra burla añadida por parte de los organizadores y cuyo responsable primero y último es el Ayuntamiento que preside Ada Colau. Quien ha sido intolerante en las redes sociales y se ha burlado de las víctimas del periodo más cruento y horroroso de la vida española, después de la guerra civil, cuales son los años del plomo con el sello de ETA, no está capacitado ni para eso ni para otras muchas cosas.

Para este tipo ETA y el Grapo son la "ospera" bendita, a los que legitima. No concibe España sin ellos y aprueba todos sus atentados como necesarios. En sus mensajes, en los que no dejaba títere con cabeza y por los que fue condenado por el Supremo, entre otros, arremetió duramente contra el funcionario de prisiones José Antonio Ortega Lara. Lo de menos fue su salvaje cautiverio, del que muchos seguimos sin explicarnos cómo salió vivo. Lo importante es que fue secuestrado y humillado, sufriendo una tortura innecesaria.

No es posible que invitando a tipos de semejante calaña se pueda hablar de un congreso contra el odio, cuando el susodicho lleva el odio en los genes y en la sangre. Me alineo con el Supremo cuando consideró que los mensajes de humillación y burla del tipejo este "alimentan el discurso del odio, legitiman el terrorismo como fórmula de solución de los conflictos sociales y, lo que es más importante, obligan a la víctima al recuerdo de la lacerante vivencia de la amenaza, el secuestro o el asesinato de un familiar cercano", sin que la provocación, la ironía o el sarcasmo que animan sus comentarios hagan viable una causa supralegal de exclusión de la culpabilidad.

En su defensa, como todos los que alimentan el discurso del odio y legitiman el terrorismo, el condenado defendía el hecho estar amparado por la libertad de expresión. Ya les vale.