De toda la tormenta mediática que se ha generando en torno a la figura del presidente Donald Trump desde que, merced al sistema político norteamericano, fuera proclamado ganador de unas elecciones que en realidad perdió por casi tres millones de votos, de toda esta tormenta, digo, es curioso lo poco que se ha hablado acerca del sistema que permitió a un excéntrico millonario neoyorquino acabar presentándose como candidato a las elecciones por uno de los dos grandes partidos norteamericanos.

La victoria del presidente Trump es el resultado de un sistema de selección de élites puesto en marcha por los partidos políticos hace pocos años basado en elecciones primarias. Y es curioso que poca gente señale en el debate público que la llegada de Trump al poder es una consecuencia lógica que a medio plazo acabaría dándose una vez que los partidos han confiado la renovación de sus liderazgos a un modelo de primarias. Este modelo, como sabe el lector, permite que un grupo amplio de ciudadanos (ya sean los afiliados, los simpatizantes o incluso el común de los ciudadanos) participen en la elección de los candidatos que los partidos presentan luego a la contienda electoral votando entre las diferentes alternativas que se presentan. Se trata de un sistema reciente que en los Estados Unidos, por ejemplo, no se popularizó hasta los años sesenta del pasado siglo XX, según recuerda Moisés Naim en El fin del poder, pero que parece haber llegado para quedarse. Y lo parece por haber alcanzado un nivel de apoyo popular muy amplio y, desde mi punto de vista, demasiado simplista cuando se comparan los beneficios de este sistema con los problemas que el mismo genera. Dicho de otra manera: las primarias son un mecanismo interesante de selección de élites pero tienen, como cualquier instrumento, aspectos positivos y aspectos negativos; ni las primarias son el bálsamo de Fierabrás, ni el sistema anterior era un desastre sin paliativos.

Quizá una parte importante de este apoyo al sistema de elecciones primarias está relacionado con la ola de desintermediación que parece recorrer el mundo occidental desde hace unos años. Todas las profesiones y todos los organismos mediadores están siendo puestos en duda por la evolución tecnológica y por el cambio social que viene detrás, conduciéndonos a un falso paraíso sin intermediarios en el que, estoy seguro, el ejercicio de muchos de nuestros derechos será cada vez más complicado por parte de los ciudadanos. Así, el periódico es sustituido por las noticias que circulan por Internet y las ruedas de prensa con periodistas se cambian por mensajes de tuiter (mensajes que, de manera incomprensible, los propios periodistas comentan con pasión), lo que pone en peligro el derecho a la información del que los medios de comunicación son guardianes y gestores. Pero no solo en el mundo de la comunicación peligran los mediadores: en la banca, en el transporte, en la investigación, tiene cada vez más éxito el relato que convierte al mediador en algo anticuado y que considera deseable una relación directa y supuestamente desburocratizada entre el ciudadano y el poder. En el ámbito de las primarias, por lo tanto, el relato construido hace referencia a la necesidad de liberar a los partidos del secuestro al que son sometidos por supuestas y malvadas élites, los aparatos, que no permiten a los afiliados dirigir de manera directa y con sentido común la organización. No es más que un relato verosímil, pero que sea verosímil no lo convierte en real: desde hace mucho tiempo sabemos que las organizaciones son dirigidas por élites, y que ninguna organización puede sobrevivir organizada de manera asamblearia. Siempre habrá minorías dirigiendo las organizaciones y la clave es, por lo tanto, ver cómo se seleccionan estas élites y como se garantiza su rotación de manera periódica. En este sentido, las primarias abren con mayor facilidad la puerta al dinero y permiten, mucho más que el sistema actual, que una persona con dinero y voluntad pueda acabar comprando su designación como candidato a base de invertir dinero e inteligencia en el proceso. Pero no solo es el capital: el acceso privilegiado a un medio de comunicación como la televisión coloca en clara ventaja a unos candidatos frente a otros a la hora de buscar el apoyo de los militantes, por lo que estos sistemas de elección nunca son, frente a lo que se pretende, ni transparentes ni inocentes. Frente a esto, y aunque es evidente que el sistema actual de acceso de élites por cooptación es un sistema mejorable, parece claro que pueden presentar frenos más eficaces contra demagogos de elevado perfil mediático y oscuras intenciones, que aprovechan las crisis y los miedos que estas generan para medrar, tal y como ha pasado en los Estados Unidos y tal y como, me temo, seguirá pasando en el resto de occidente.

Esta opción basada en elecciones primarias es, además, poco funcional para el modelo de partidos imperante en la Europa continental. No es extraño que surgieran en los Estados Unidos porque allí los partidos políticos son, en realidad, poco más que coaliciones de candidatos para presentarse a unas elecciones. Pero en nuestro modelo europeo, donde el partido tiene relevancia institucional más allá de los periodos electorales, puede darse el caso, y tenemos ejemplos cercanos en España, de líderes que ganen el poder a través un proceso de primarias pero luego tengan que enfrentarse a una organización que no los quieren o que no los soportan, con malos resultados para ambos.

Hay un elemento final que hay que tener en cuenta cuando se habla de elecciones primarias, y es la dilución de la responsabilidad política. En un sistema basado en la cooptación siempre habrá, en teoría, algún responsable del nombramiento de un candidato, mientras que las primarias esta responsabilidad recae en un ente etéreo llamado militancia. Ya decía el candidato francés François Fillon después de que la prensa revelara los comportamientos poco éticos en los que incurrió en el pasado que "Ninguna instancia posee legitimidad para cuestionar al candidato designado en unas primarias". Y parece que (desgraciadamente) tiene toda la razón.