En mi larga vida he disfrutado muchas veces del descanso que proporcionaban las vacaciones estivales y las que surgían a lo largo del curso escolar. Me gustaban mucho las del verano, porque me daban tiempo para leer lo que no podía leer a lo largo del curso y para disfrutar de ratos de ocio con la familia, así como poder viajar a lugares que no conocía o no podía frecuentar por carecer del permiso oportuno. Me disgustaban las que no estaban programadas en el calendario escolar, sino que se debían a huelgas del profesorado o del alumnado. Veía los inconvenientes que podían representar para la buena marcha del curso y para el provecho del alumnado; y eso no me permitía disfrutar del descanso que podía proporcionar la interrupción del trabajo ordinario.

Ahora puedo disfrutar, desde el 30 de septiembre del año 2000, del descanso continuado que trae consigo la jubilación. No se me permitió continuar como profesor emérito y eso me alejó de la labor docente, la ilusión de mi vida desde casi siempre. Sin embargo, tampoco la falta de obligación me ha conducido a la inacción total. He tenido la posibilidad de trabajar en beneficio de los demás, cuatro años llevando la presidencia de la Casa de Zamora en Madrid y a diario leyendo libros de distracción y escribiendo cada dos días para proporcionar a los lectores de un periódico lo poco que puedo comunicar de mis escasos conocimientos y lo que se me ocurre ante algunos de los sucesos, locales o nacionales, que afectan a la vida ordinaria, aunque se trate de hechos realizados por personas encargadas de los acontecimientos nacionales en la vida pública. Y puedo, también, participar en la vida cultural de algunas de las casa regionales que abundan en Madrid. He reducido mi actividad a dos de mi región castellano-leonesa, alguna de Castilla-La Mancha y la que realiza el centro de la muy amada tierra asturiana. De la otra tierra muy amada, Andalucía, he acogido con cariño algo de las actividades de la arruinada Casa de Úbeda. Esto me ha permitido desarrollar algo de mis escasísimas facultades como poeta.

Sé muy bien lo poco que durará la vida de estas otrora pujantes casas regionales. Pero estimo que debe proporcionarse todo lo que se pueda a estas instituciones, que surgieron en aquellos años en los que la emigración a las grandes ciudades desde las pequeñas poblaciones de toda España exigió que algún centro acogiera en su seno (en la capital de España, por ejemplo) a quienes llegaban menesterosos de un lugar en el que se podía continuar entre paisanos. Éstos proporcionaban convivencia y también, en algunas ocasiones, el empleo que se buscaba y no se lograba por otros medios. Los tiempos han cambiado y quienes llegaron a Madrid con las exigencias mencionadas han formado su familia en la capital y esos hijos nacidos aquí ya son madrileños -por ejemplo- y tienen a la puerta de casa lo que sus padres encontraban en el centro de la ciudad. Esto causa en las casas regionales la vida de mayores, como en los mismos pueblos de origen; y una muy escasa renovación que proporcionan familias entusiastas y amantes de la aquella tierra originaria y lejana, a la que se acude en el verano buscando unas vacaciones económicas.

Pero también este trabajo en pro de las casas regionales puede verse mermado por un leve percance que aconseja reducir actividades que se realicen en horas más o menos tardías y que son las posibles cuando hay que buscar un tiempo en el que nadie esté obligado por actividades profesionales. Y esta inactividad obligada es la que resulta molesta: cuando tienes tiempo de sobra, cuando no te obligan otras actividades, siquiera sean familiares, un pequeño percance (querer disputarle el espacio a una motocicleta en movimiento) te ata al domicilio y te obliga a resistir en plena inactividad. A todo se acostumbra uno y también a ésta se acostumbrará; pero, francamente, es muy molesto verse en vacaciones obligadas. Espero que sea por pocos días y la actividad atenuada continuará produciendo el alivio de seguir valiendo para algo, aunque sea poco. Como en todas las cosas se puede encontrar alivio, me queda aquí saber que puedo sentarme y escribir sentado estas peregrinas "ocurrencias". Ya es bastante.