Sostiene Javier Marías que las redes sociales "han dado alas a las opiniones furibundas y a la estupidización". No le falta razón al prestigioso escritor. Una cosa es discrepar y otra bien distinta insultar. Resulta preocupante "la capacidad de contagio masivo, indiscriminado" que tienen las redes en opinión de Marías, quien ha afirmado que "por culpa de las redes sociales, que por supuesto tienen mil cosas ventajosas, se produce un fenómeno nuevo, muy preocupante: que la imbecilidad está organizada por primera vez en la historia".

Todos los "valientes" que esconden su cobardía en el anonimato que proporciona el seudónimo, no caen en la cuenta de lo fácil que resulta averiguar, vía judicial, su identidad. Es la forma de que cuantos hacen del acoso, la descalificación personal y el insulto la norma, por fobias personales o profesionales, queden al descubierto. Es gente que se ha convertido en fiscales de la persecución y de la penalización. El odio que destilan algunos comentarios es sinónimo de enfermedad. De una enfermedad que no se arregla ni en el psiquiatra, ni en el psicólogo, ni con pastillas, porque se lleva en la sangre. Es la enfermedad del odio, de la inquina, del resentimiento.

Al igual que Marías, opino que en este país se ha perdido el sentido del humor y hay una incapacidad latente para la ironía, la fina y la de trazado grueso. El humor ha perdido su casticismo, su chispa, su gracia, sustituido por memes que, bueno, algunos pueden incluso resultar graciosos pero no tienen el monopolio del humor en España. Benditos humor e ironía que tanto juego han dado en el periodismo y en la literatura. Debería haber una asignatura que convirtiera en capaces para el humor y la ironía a quienes ni lo entienden, ni lo saben aplicar, ni dios que lo fundó.

Para el escritor, que acaba de publicar su último libro, "Juro no decir nunca la verdad", la repercusión de esas redes es tan grande que produce "acoquinamiento" en quienes se ven atacados. Entiendo que ese acoquinamiento se produce entre los más pusilánimes, que de todo hay en esta viña en concreto. Porque a la mayoría nos trae al pairo lo que late detrás de algunos comentarios albardados de animadversión, de ojeriza personal en función, posiblemente, de las ideas. Lo tremendo es que los distintos gobiernos españoles "parecen tenerle pánico también a los internautas", con lo fácil que es desenmascararlos, con lo fácil que sería acabar con la estupidización, no prohibiendo, pero sí obligando al autor a su identificación. Se acababa la bronca de inmediato. Porque, ya digo, las redes están también plagadas de cobardes, que son los que insultan y acosan.

En el planeta de los opinadores hay muchos profesionales que como Javier Marías dicen siempre lo que piensan aunque sus opiniones levanten ampollas o produzcan esa furibundia impropia de una sociedad civilizada que en lo que a Internet se refiere demuestra, sin generalizar, una falta penosa de educación, una incultura impropia de estos tiempos, una zafiedad y una brutalidad de la que no se percatan. Menos mal que la sociedad española en su conjunto no va precisamente hacia eso, que esa es la práctica de unos pocos que, de esa forma, se desahogan.Vale ya de que unos rujan contra otros como si les fuera la vida en ello. Molestar no puede salir barato. Ahora que España se decanta por ser un país libre de circos, a este en concreto le sobran infinidad de animales.