Ala salida de la representación de "Noche de Reyes sin Shakespeare", la obra póstuma de Adolfo Marsillach, un excéntrico que siempre utilizaba el fino barniz del humor para establecer distancia con sus sentimientos, unos cuantos viandantes portaban pancartas alusivas al fenómeno de la "globalización". Así que, de regreso a casa, no pude por menos de ir elucubrando acerca de ese fenómeno, que tantos ríos de tinta lleva gastados en los últimos años.

Para algunos economistas, entre los que se encuentran René Passet y José Luis Sampedro, el concepto de globalización, debería ser sinónimo de mundialización, entendida ésta como la unidad de la comunidad humana. Para otros economistas, más famosos, pero no por ello mas ilustres, la globalización es tan solo un mecanismo depredador que debe alimentar la rapacidad financiera. A estos últimos, no les importa que la codicia no conozca límites y que el apetito del capital sea de tal magnitud que jamás pueda ver saciadas sus apetencias.

Para las sociedades inmersas en la doctrina neoliberal, la globalización pasa por formar parte del pensamiento único, siempre que responda a un pensamiento impuesto por el poder económico de manera unilateral, no así para los profesores Passet y Sampedro que opinan que debe comulgar con la pluralidad.

El FMI viene a decir que "?la globalización permite una mayor división del trabajo y un reparto más eficaz del ahorro?, dejando que cada nación se especialice en las producciones para las que ha sido mejor dotada por la naturaleza". Esta teoría no deja de ser un principio elemental, básico y no rebatible, pero lo cierto es que los poderes imponen su ley y, lo que en realidad sucede, es que de lo dicho nada, ya que se tiende a abolir el control del movimiento de capitales, y a eliminar las restricciones que limitan el acceso de las instituciones y de los inversores extranjeros a los mercados.

En teoría, para que, los planteamientos globalizantes, pudieran encajar con lo que podría denominarse una mundialización honesta, tendrían que coexistir con una liberalización del movimiento del capital humano, es decir, de los trabajadores, y eso ya sabemos que no está siendo así, porque las sociedades desarrolladas no lo permiten y, posiblemente, tampoco sería una panacea.

Si repasáramos un poco la historia, convendríamos en reconocer que el zorro depredador, durante la primera mitad del siglo XVII, llegó a ser Holanda, dueña de los mares y del comercio, cuya hegemonía duró hasta que tuvo que ceder ante los ingleses, en la segunda mitad del mismo siglo, a quienes acompañó Francia, ya entrados en el siglo XIX. Nadie puede cuestionar que, durante el pasado siglo y lo que llevamos transcurrido de éste, son los americanos y, en diferente medida los chinos quienes controlan el mundo a través de grandes lobbies económicos y financieros, disponiendo de las más grandes empresas multinacionales. Durante las últimas décadas, han sido, precisamente las multinacionales, quienes han destruido más empleo, mientras lo creaban las medianas y pequeñas empresas. ¿Como puede explicarse que quienes disfrutan del privilegio de la autofinanciación, sean los mayores destructores empleo?, sencillamente, porque esa ventaja la han canalizado hacia el fomento del capital financiero, no así del capital productivo.

El neoliberalismo llega a la conclusión de que existe demasiada masa salarial, consecuentemente hay que reducirla ¿Cómo?: fomentando el despido (flexibilidad), manteniendo o aumentando la duración del trabajo, y difiriendo la edad de jubilación.

Según el FMI, el activo de las inversiones institucionales supera el doscientos por ciento del PIB de los EEUU. Quiere esto decir que ninguna moneda, de ningún país del mundo, podría resistir su ataque. Baste decir que, el monto al que asciende ese capital, supera al de las reservas de los Bancos Centrales de todo el mundo.

Por otra parte, si bien el Estado es el mayor enemigo de la democracia, no es menos cierto que allí donde no existe el Estado, la mafia llena el vacío constitucional. Por ello, tendríamos que concluir que no resulta nada fácil cimentar el camino por el que puedan caminar, sin sobresaltos, las próximas generaciones.

Lo peor es que de lo que hasta ahora han podido leer ustedes en este artículo, es una mera transcripción, pues lo escribí hace 15 años, y como se ve nada ha mejorado, más bien ha empeorado a partir de la explosión de las hipotecas subprime y de la recesión de 2008. Pues eso, que ni la economía, ni la organización de los estados ha cambiado. Todo es una mera milonga.

"Me apetece dejarlo todo y refugiarme en la piadosa melancolía de lo que dejé de ser", que dijo Marsillach en su libro de memorias.