Hacia los pueblos alzo nuestro vino con la copa a la altura del destino". Neruda.

Soñar con primera plana es el sueño de los buenos periodistas que dejaron su esperanza de un premio en las cabinas una noche en los años 29, cuando la Ley Seca y Al Capone barrían las calles de Chicago.

Hoy, 2017 es el momento de la tecnología madre de todas las causas y de las revoluciones aparcadas hasta un mundo mejor. Y ante ese cambio global que muchos ven progreso y otros ven perdidas de todo, empezando por el más básico, el derecho al trabajo y con él a una vida digna.

Nos desgarramos las vestiduras por la victoria de Trump, eso es más que hipocresía. Olvidamos la historia de EEUU y todos los derechos y la cacareada democracia conseguida a costa de expulsar desde el principio de su nacimiento como nación a los indios, esclavizando a los negros y conseguir su riqueza a costa de golpes militares en América latina e invasión de países desde Vietnam, Irak hasta la guerra en Siria. Claro que queremos presidentes demócratas en EEUU y en todo el mundo, pero la democracia, esa milagrosa palabra, que lo puede todo depende de quien la pronuncie recelamos de ella. Hoy, ante la avalancha mediática sobre este nuevo presidente empezamos a pensar y nos hacemos preguntas ¿por qué la poderosa industria del cine americano no levantó la voz en su día para denunciar la guerra de Irak y la de Siria?. Sin embargo, sí se atreve a levantar la voz esa actriz maravillosa Meryl Streep que nos hizo soñar con Memorias de África, interpretando la Karen revolucionaria; en La decisión de Shophie, como una amante de la libertad, víctima del nazismo con frases de Emily Dickinson: "Que ningún ruidoso amanecer perturbe esta tierra". Espero, que esta última frase la recuerde aun. Meryl Streep olvida que votar con la vagina, como decía Susan Sarandon, no soluciona nada, y más a una Clinton belicista. Olvida también el abandono a su suerte del pueblo sirio y el genocidio del pueblo palestino. No seguimos a Trump, pero el glamour teñido de una cierta hipocresía no es bueno como dice José Luis Vázquez.

La cámara fija las imágenes y las recordamos pero las palabras "derechos humanos" se quedan fijas más allá del puente de Brooklyn y las pronuncian los refugiados que mueren de frío en un mundo de nadie, abandonados por una guerra de intereses.

Ana de la Fuente