Es la frase que se eterniza en boca de todos cuando de hablar de Zamora se trata. La ciudad más tranquila de España. La ciudad en la que nunca pasa nada. La ciudad ideal para vivir. La ciudad sin distancias. Muchas de esas afirmaciones son ciertas. Otras, no tanto. En Zamora pasan cosas, ya lo creo que pasan. Sólo que van al ralentí, no como en Madrid, Barcelona y las grandes capitales patrias donde los sucesos van a velocidad de vértigo. Lo peor de Zamora, los robos, los tirones, la violación del hogar, porque eso es el robo en domicilios, una violación de la intimidad hogareña.

Me alegra enormemente que las estadísticas den la razón a la autoridad competente. Pero lo que la autoridad competente debe tener en cuenta es que los robos empiezan a generalizarse. En la capital, que es feudo de la Policía Nacional y en la provincia que es jurisdicción de la Guardia Civil. Creo que podemos felicitarnos por vivir en una ciudad sin distancias, con una calidad de vida que, bueno, no está del todo mal siempre y cuando se tenga trabajo y un techo bajo el que cobijarse. Pero en cuanto a la tranquilidad no estoy muy de acuerdo con los que califican así a esta noble y leal ciudad.

Lo que empieza a ser preocupante es que los robados digan que el ladrón o ladrones sabían de sobra donde encontrar lo que iban buscando. Ni es la primera ni la última víctima a la que le escucho decir esto. A lo mejor el problema está en el entorno familiar, en el vecinal o en el social, pero no creo. Lo que sí creo a pies juntilla es que somos y estamos vigilados por ojos ávidos a los que no se les escapa detalle alguno. Saben dónde vas y a qué. Saben dónde vives y cuándo te ausentas. Saben demasiadas cosas. No creo que sea porque cada quien largue tanto de su vida como para dejar pistas inequívocas. El tema es otro.

Somos muchos los que estamos de acuerdo en pedir a las dos policías, a la Nacional y a la Municipal, que durante la mañana, vigilen muy de cerca el entorno de bancos y cajas para que no vuelvan a producirse sucesos como el de pasadas semanas. Si es que da miedo ir a la caja o al banco a sacar dinero. Siempre hay algún despistado en el que, por cierto, nunca se repara, y que está a la espera del más mínimo descuido para proceder a cometer la fechoría. No se fijan en la persona que retira cincuenta euros, pero no pierden ripio de la que retira seiscientos o seis mil. Y es que están ahí, sin que los veamos. Sin que sepamos quiénes son, dispuestos a llevar a cabo su proeza.

Como nadie está libre de ser atracado y agredido, yo lo fui con sangre y ese trauma que siempre queda, la colaboración ciudadana es indispensable para pillar al individuo o individuos y para identificarlos. Hay que pasar del miedo. No hacen falta actos supremos de valentía, hace falta ser solidario. Como cuando se ve a un individuo ofreciéndole droga a un chavalito menor de edad. Se coge el teléfono, se informa, se espera y si pueden pillar al camello, mejor que mejor. Hay que tener rapidez de acción y pensar que lo que hoy les ocurre a ellos, mañana nos puede ocurrir a nosotros.

Demasiados robos en esta Zamora tranquila en la que nunca pasa nada, como para que no nos preocupemos. A lo mejor para la estadística oficial la cosa es peccata minuta, para la víctima no. Saber que la Policía vigila a los que nos vigilan proporciona una cierta tranquilidad.