Su poesía, quizá una visión de la vertiente más doliente de la vida humana. No es una queja, es una reflexión sentimental y mítica sobre la naturaleza del hombre. En realidad es una aventura: "De la nube más alta que en vilo se mantiene/ sin que intervenga un viento contrario o favorable/ brota la densidad del cuerpo de la niebla/ que instalada en mi voz quiere ser aventura". Desde las servidumbres que genera el conocimiento se extiende el panorama poético de Máximo Hernández. No es un exorcismo del dolor, es tan solo una andanza con el hombre, un encuentro desde sus constantes: su ser social, su ser mítico, su ser animal, su ser esencial. Pero además su ser arte. Porque en la poesía de Máximo Hernández hay conocimiento y arte juntos, bien mezclados. Lo avaló en su momento el jurado que le dio el noveno premio José Hierro en el año 1999 al libro Matriz de la ceniza, un jurado de lujo: Juan Benito de Lucas, Eladio Cabañero, Pablo García Baena, Félix Grande y Claudio Rodríguez. Todo por el arte de la palabra en un clasicismo descarnado y el conocimiento aprendido, experimentado y elaborado en sus poemas. Matriz de la ceniza resume en pocas palabras la poesía de Máximo Hernández; en primer lugar es un heptasílabo perfecto que nos pone en la pista del clasicismo; además constituye una metáfora que resume los dos extremos barrocos, la cuna y la sepultura de Quevedo, el principio y el fin, la luz y la sombra contrastadas; nos avanza hacia una reflexión existencial inapagable e inapelable. Toda la obra de Máximo Hernández resulta de uno de sus primeros títulos: Matriz de la ceniza. Desde ese imparisílabo, pasaremos por sonetos perfectos y versículos de una sonoridad radical. Da igual a qué título nos refiramos, La eficiencia del cielo, Zooilógico, La conspiración del dolor. Siempre nos encontraremos en la poesía de M.H. la formalización más depurada, pero además un compromiso con la verdad, sin tregua. En ese obsesivo empeño por la formalización llega a su zénit con La eficiencia del cielo a lo largo del texto se completa el número bíblico por excelencia setenta veces siete. Siete versos por estrofa, de siete sílabas, setenta estrofas, agrupadas de siete en siete. Nos es un simple juego. Máximo pone en tela de juicio la eficiencia de dios haciendo un balance del tiempo humano. Nada está demás. Es una ecuación perfecta en cuyo resultado sale perjudicado el hombre.

Máximo Hernández llega a la poesía en plena madurez y lo hace enseñado en la vena crítica del 27, Dámaso Alonso y más concretamente en esa obra fundamental Hijos de la ira (1944), obra capital de la poesía española del pasado siglo. No abunda en fórmulas vanguardistas sino en el compromiso con la verdad. Esta es también la raíz de Máximo Hernández: el compromiso con la verdad. Esa es su poética. No es un poeta de aspavientos, sino de labor profunda. No se aviene a tendencias, sino a su propia labor. Por eso, quizá, no es persona celebrada, aunque sí apreciada y querida por quienes lo conocen como poeta y como humano. Su afición a la verdad salta a la calle y no confunde, así que no se avino nunca a los sometimientos de la moda, de las tribus, aunque a veces anduvo en barricadas tomando el cuartel viejo para hacerlo universidad.

Parece siempre lejano. Y estoy haciendo un esfuerzo ímprobo por ser objetivo, porque lo siento amigo. Nos hicimos juntos Magua, compartimos tertulia, proyectos y cerveza donde Aurelio. Y escribió, y no quería hacerlo, un prólogo para mí. Se escudaba en que podía deformar mi palabra. No había miedo. Él, como aquella testiga de Mujeres al borde de un ataque de nervios, dice siempre la verdad y solo la verdad. Y nada más que la verdad, pero bien dicha, nada menos.

Ahora aparece editada por Los papeles de Brighton su poesía reunida bajo el título "Entre el barro y la nieve". Más de setecientas páginas contienen un legado inapreciable de reflexiones sobre la condición humana y sus circunstancias existenciales. Un largo recorrido por la experiencia vital. Sin duda enmarcada en una corriente de pensamiento existencialista.