En los últimos tiempos se habla en la Iglesia (incluso obispos) de permitir la comunión a divorciados vueltos a casar, bendecir uniones entre personas del mismo sexo, ser más flexibles con? Y es que al cristiano progre le gusta mucho distinguir entre un Dios castigador del Antiguo Testamento que no deja pasar ni una, y un Dios de Jesús que lo permite todo con tal de que se ponga buena voluntad. Sacando de contexto frases del sermón de la montaña, reducen el Evangelio a puro amor sentimental, y creen obtener así un justificante para poder hacer lo que se quiera, convirtiendo a Jesús en el primer progre de la historia y los mandamientos en normas caducas inventadas por una Iglesia carca para amargar la vida de la gente.

Las lecturas de hoy, por el contrario, proclaman bien claro que no son los hombres (la Iglesia) quienes promulgan la ley moral, sino Dios mismo (que nos ha revelado su sabiduría divina por el Espíritu), y que nadie tiene derecho a saltarse la ley de Dios, pues "a nadie dio permiso para pecar". Nadie puede decir que Dios lo obligó a pecar haciendo el mal, ni tampoco al bien, pues el ser humano es libre, y tiene la responsabilidad moral de elegir entre uno u otro (en tu mano están vida y muerte); de lo que tendrá que responder ante Dios, "que todo lo ve y conoce las obras del hombre".

Algunos han querido ver aquí a ese Dios castigador que nos observa con el palo en alto esperando a que el hombre cometa un error para sacudirle. Pero esta idea resulta de una falsa comprensión de lo que son los mandamientos, que no están para amargar la vida del hombre, sino que son camino seguro para una vida plenamente humana y feliz, como afirma el salmo: "Dichoso el que, guardando sus preceptos, busca a Dios de todo corazón".

El mismo Jesús llama a cumplir y a enseñar los mandamientos: "El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos. Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos". (¡Atención, obispos!). Aunque Jesús no es un libertino, para quien ir más allá de la norma (progresar) consiste en saltarse los mandamientos (como pretende el progre), tampoco es un moralista que se aferra a la letra y no al espíritu de la ley (como los fariseos). Jesús es un perfeccionista moral que exige ir más allá del puro precepto, pero, ¡ojo!, sin dejar de cumplirlo: "No he venido a abolir, sino a dar plenitud. En verdad os digo que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley".