La vida es un cúmulo de experiencias únicas e irrepetibles. Todos los días ocurren cosas muy variadas: unas son agradables, sugestivas y placenteras, pero también las hay desagradables, amargas y ofensivas. Muchas de las experiencias son previsibles y otras surgen sin que uno las haya previsto. Sean de uno u otro tipo, el caso es que todas son situaciones que dejan huella y van marcando el carácter de cada uno. De entre todas las experiencias que podemos vivir y disfrutar hay una que solemos practicar con muy poca frecuencia: hablar y conversar con quienes nos atienden en un supermercado, ya sea la cajera o cualquier empleado o empleada que se dedica a otros servicios específicos, como reponer productos en las estanterías que se van quedando vacías o atender en la pescadería, la carnicería o el obrador. ¿Se han fijado cómo compramos en estos espacios? Solemos ir a tiro fijo, con nuestra lista de la compra, recorriendo los pasillos, esquivando al resto de consumidores y sin apenas hablar con quienes se cruzan en nuestro camino.

Nos comportamos, en muchos casos, como consumidores autómatas. A veces, sin embargo, surgen experiencias poco habituales en un supermercado que cuando se practican sorprenden a quienes las ven o escuchan. Me sucedió esta misma semana en uno de los supermercados a donde suelo acudir a realizar la compra. Resulta que antes estos menesteres los hacía de manera habitual la persona con quien comparto mi vida, mientras que, de un tiempo a esta parte, he empezado a realizar la compra de manera habitual. Puedo confesar que la experiencia no solo me gusta sino que incluso representa una oportunidad única para observar al resto de consumidores y sacar algunas consecuencias. Por eso decía antes que apenas hablamos y conversamos con quienes participan, junto a nosotros, en la práctica habitual de ir de compras, ya sean consumidores o empleados que atienden los distintos servicios. Lo veo con mis propios ojos. El otro día, sin embargo, sucedió algo diferente que he empezado a practicar y que, al menos por ahora, está dando buenos resultados.

Cuando estaba en la frutería escuché a una reponedora de frutas y verduras quejarse de que era lunes y ya estaba agotada. Yo seguí a lo mío aunque me quedé con la frase y el rostro de la trabajadora. Mientras esperaba en la cola de la caja, pasó a mi lado y le dije: "Ánimo, que pasado mañana es miércoles". Me miró con una sonrisa y enseguida se percató de que la había escuchado. Empezamos a hablar en un tono muy cordial, mientras el resto de consumidores, que también hacían, cola, nos miraban con caras de sorpresa. Pero ahí no acabó todo. Al llegar a la cajera, que ya había escuchado la conversación que relato, la llamé por su nombre (Tobar) y le dije que casi nunca hablábamos con quienes nos atendían, que pasábamos por allí con un simple hola y adiós. Ella lo ratificó y me confesó que era muy importante conversar con los clientes, aunque no se conozcan de nada, que es una experiencia que sirve para hacernos la vida un poco más agradable. Y por eso, desde que voy al supermercado, suelo practicarlo, aunque algunos rostros me miren con cara de sorpresa.