Tras los exabruptos, la continua parodia y las arengas al pueblo a través de su cuenta de Twitter, el presidente norteamericano intenta ahora comunicarse con los presidentes y/o jefes de Gobierno del mundo a través del teléfono. No se trata de contrastar puntos de vista comunes, indagar posibles acuerdos o proponer futuras reuniones, sino de comunicar deseos, insinuar reproches y llamar a las cosas por su nombre. Piensa que desde hace años todos los países del mundo se vienen aprovechando de EEUU, y eso se va a terminar, pues para algo los norteamericanos le han nombrado su presidente. A partir de ahora, cada país tendrá que apañarse como pueda, porque el Imperio no está para hacer obras de caridad, restablecer enfermos crónicos o patrocinar desvalidos. Es decir, que las multinacionales americanas dejarán de repartir sus mercedes y dádivas por el mundo entero, abandonando a los pobres ciudadanos del mundo a su triste y obscuro destino.

Como un adolescente caprichoso e irascible, hace una semana Trump le colgó el teléfono a Malcolm Turnbull, primer ministro de Australia, cuando éste le preguntó si pensaba cumplir el acuerdo firmado con Obama para acoger 1.250 refugiados, después de que él firmara el veto migratorio contra varios países de mayoría musulmana. Fue "la peor" conferencia que tuvo, confesó, tras haberle espetado unos días antes a Peña Nieto que tendría que pagar el muro que iba a levantar en la frontera común, y el presidente azteca le repusiera que nunca dejaría de defender la dignidad de su pueblo.

Trump no sólo ataca a los antiguos gobernantes de su país y a los jueces que le sirven de coartada, pues en ellos radica la miseria del pueblo, sino que señala, como vengador populista, a los que rigen los destinos de otros países en el concierto internacional. "El mundo tiene serios problemas y los vamos a resolver", ha dicho. Y si hay problemas en el mundo, todos los que hasta ahora han gobernado son en alícuota medida responsables, por lo que no es extraño que se dirija a ellos con acerbo reproche y manifiesta amenaza.

En su apretada agenda internacional, le acaba de tocar el turno a Rajoy, tras hacerlo hace unos días con Merkel, Hollande y Gentiloni. No sabemos si le gritó, increpó o amenazó, pero sí le advirtió que los socios europeos deberían aumentar su contribución a la OTAN, pues EEUU no va a seguir sufragando nuestros gastos de seguridad y defensa. Con tiento y mesura, Rajoy trató de templarlo y llevarlo al terreno de las tablas, donde poder realizar mejor la faena. No le contrarió, porque no parece bueno cantarle las cuarenta a un aliado cuyo estilo de negociación se fundamenta en hurgar la herida con arrogancia y desparpajo. Dejó que se explayara a su gusto y liberara el veneno antisistema que incendia su garganta, para a continuación referirle que EEUU es para España un sólido aliado; que ambos países comparten intereses comunes y que puede contar con su Gobierno como "interlocutor" en Europa, América Latina, Norte de África y Oriente Medio. No le mentó su apoyo y solidaridad con Méjico, ni le recordó que está a favor del libre comercio, que no le gustan los vetos religiosos y que en la lucha contra el terrorismo respeta el Estado de derecho y los derechos humanos. Nada de esto le dijo, a pesar de que Trump sabe que España se alienó con sus socios europeos en el rechazo de sus políticas migratorias, de la supresión de los tratados comerciales internacionales y del representante para Europa que propuso. Sin embargo, no han faltado las voces que califican su actitud de complaciente, cuando no vergonzante.

Según Mario Jiménez, el portavoz de la gestora socialista, los españoles observan con "vergüenza" que Rajoy se ofrezca a Trump como "una suerte de mayordomo", mientras Puigdemont no ha desperdiciado la oportunidad para recordarle al presidente que si tal es su ánimo, ejerza de interlocutor con el Gobierno de la Generalitat, como si Cataluña fuera un país extranjero. Más allá de este provinciano oportunismo o esa recusación de tertulia, deberíamos preguntarnos si es aceptable interpretar con tal saña la prudente diplomacia de Rajoy. ¿Es complaciente o indigno evitar el enfrentamiento con un aliado y buscar los puntos de encuentro? ¿Serviría más a nuestro país exacerbar los ánimos del arrogante, en lugar de mostrarle que existen otros modos más ecuánimes y civilizados de abordar las posibles discrepancias? Méndez de Vigo, el portavoz del Gobierno, justificó la respuesta del presidente asegurando que una deseable relación diplomática no se consigue "con gritos ni siendo muy estridente", y no parece que le falte razón. Como dice Gracián: "La verdad generalmente se ve, rara vez se escucha".