Hace años, viajé a Patmos, no me refiero al pueblo de Arkansas en Estados Unidos, sino a la isla de Patmos en el mar Egeo frente a las costas de Turquía, donde fue desterrado el apóstol Juan, el Evangelista, por el emperador romano Domiciano, en el año 97 después de Cristo, por difundir la doctrina cristiana.

Visité la gruta en la que él escribió El Apocalipsis, el último libro de la Biblia, profético y simbólico, que en griego significa revelación. Estaba excavada en una potente roca y además de la puerta, contaba con una pequeña abertura por donde entraba la luz. El murió en Éfeso, reinando el emperador Trajano.

En El Apocalipsis, que se dice le fue revelado directamente por la divinidad, describe, desde la óptica del cristianismo, entre otras cosas, por medio de una serie de visiones, lo que ocurrirá cuando llegue el fin del mundo.

Recordemos que, en determinado momento, los emperadores romanos también acababan deificándose, vamos que se creían dioses, pero tampoco es de gobernantes de lo que quiero hablarles aquí.

Un monje llamado Beato, hacia el año 780, escribió en Liébana, entre Asturias y Cantabria, un comentario explicativo y clarificador de dicho libro, ya que era muy difícil de entender, para que pudiera ser interpretado y tuvo tanto éxito que, muchos otros monasterios decidieron hacer lo mismo, dando lugar a una riquísima bibliografía a lo largo de la Edad Media. Surgieron así libros manuscritos sobre El Apocalipsis, muchos de ellos iluminados, con imágenes referentes al tema tratado, llamados Beatos, como por ejemplo el de San Salvador en el pueblo zamorano de Tábara.

Presenta el Apocalipsis una compleja estructura, que se suele dividir en cuatro partes, por motivos metodológicos: la primera se corresponde con una introducción y una serie de cartas a las diversas iglesias cristianas. En la segunda se habla del Cordero, los Siete Sellos y las Siete Trompetas. En la tercera se analiza el concepto del Dragón y del combate, y en la cuarta se explica el significado de la nueva Jerusalem, como símbolo de la ciudad de Dios.

Dentro de los 7 Sellos se menciona a los cuatro Jinetes del Apocalipsis, que traerán plagas y cataclismos sin número a la tierra antes de su destrucción. El primero monta un caballo blanco que representa a la iglesia triunfante. El segundo va en uno rojo que simboliza a la guerra, el tercero en uno negro que se identifica con el hambre y la pobreza y el cuarto en uno amarillo que significa muerte y enfermedad.

En los Sellos se nos describen los desastres naturales que se producirán sobre la tierra, el mar, las aguas y el cielo.

Y resulta que un grupo de científicos, no de hombres de fe, sino de científicos, idearon en la Universidad de Chicago, en Estados Unidos (ya saben que no voy a hablar de Estados Unidos) y publicaron un Boletín de Científicos Atómicos, en 1947 para explicar su teoría sobre el Reloj del Apocalipsis, y así alertar y concienciar a la Humanidad y también para medir la probabilidad de su destrucción, debido a tres causas fundamentales, la primera, la amenaza del desarrollo de la energía nuclear y armas de destrucción masiva, la segunda centrada en los problemas medioambientales, calentamiento global, cambio climático, contaminación, residuos, y la tercera se relaciona con el desarrollo de las ciencias y de las nuevas tecnologías. El reloj aparece en la portada del citado boletín y le cambian el color de su esfera cada mes. Sus manecillas se aproximan o alejan de las 12 de la noche, ya que dichos científicos pensaron que dicha hora es símbolo del final de la Humanidad, dependiendo de las actuaciones de los gobernantes del mundo en relación con las causas anteriormente citadas.

Desde el fin de la Guerra Fría entre las dos grandes potencias mundiales, parecía que había perdido credibilidad, pero se sigue moviendo la aguja para señalarnos a todos lo que puede ocurrir, cuando cualquier trastornado, con aires triunfalistas decida no contar con el resto de la Humanidad para poner en práctica sus ideas peregrinas, xenófobas, misóginas, fascistoides y muy peligrosas.

De todas formas, una visión del Apocalipsis del mundo de esta envergadura, que a algunos les parecerá disparatada, no se aleja de la realidad, ni del día a día en este mundo en que vivimos. Las profecías se centran en la guerra, la pobreza y la hambruna, la muerte y la enfermedad, y por si fuera poco en el triunfo de unos pocos, porque estas teorías también son excluyentes, no todos podrán conseguir el premio final. Siempre hay elegidos y excluidos.

Cada día que amanece, surgen por todas partes nuevos puntos que se autodenominan brillantes, que se las dan de visionarios, mesías y triunfalistas, que creen que nunca dejarán de ser, sin darse cuenta de que ya son nada en un mundo oscuro, porque al final todos sin remedio, volveremos a formar parte de la tierra de donde nacemos y acabaremos de una forma democrática desapareciendo.

Van a tener que trabajar mucho los científicos del Reloj del Apocalipsis a partir de ahora, y aunque la democracia se ha extendido por algunas partes del globo y les he dicho en repetidas ocasiones que no quería hablar de Estados Unidos, todas las ideas llevan a lo oscuro, representado por un potente y feroz caballo de amarillo pelaje.