Una cosa es ser y ora parecer. Lo que parece es que el PP y el PSOE de la gestora se entienden bien, con la tácita voluntad de no dar juego a la derecha de Ciudadanos ni a la izquierda de Podemos. Si además de parecerlo fuera esa la intención, estarían acorazando el modelo bipartidista que no quieren abrir a "intrusos". Los ya numerosos acuerdos de ambos partidos en materias de importante contenido político y social predefinen una legislatura de consensos pragmáticos, sin relajar la retórica de las identidades ideológicas. Un posible indicio estaría en que la oposición socialista al presupuesto de Rajoy acabe otra vez en abstención, lejos del "no es no" que aún sobrevive al anatema oficialista de Ferraz.

Sería absurdo descalificar avances de interés general y correcciones en leyes nacidas de la anterior mayoría absoluta. Los tiempos que viven España y el mundo no justifican polaridades irreconciliables entre demócratas. PP y PSOE son europeístas de convicción y comparten el deseo de revitalizar la UE frente al episodio "Brexit", la desdeñosa prepotencia de Trump y los augurios de muerte del euro que salen de su equipo. La próxima cumbre de Malta será reafirmativa del vigor de la Unión frente a los agoreros interesados en su declive y los euroescépticos de buena fe, que no aciertan a ver algo tan evidente como es la concentración en Europa de los valores democráticos de la libertad y la solidaridad, puestos en solfa por el deplorable mandatario de EE UU y por el creciente oportunismo neofascista.

España estaría entre los perdedores netos de un teórico "crack" de Europa. El estrago antisocial dimanado de la austeridad frente al crecimiento ya es un juguete roto. El rigor contra el déficit está siendo modulado con prudente elasticidad. El dictado de Bruselas o la rigidez de administradores como Schauble tienen que ceder para no liquidar la Unión en un conjunto de exmiembros condenados al liderazgo de otros bloques. El cambio del mundo es un hecho de mayor trascendencia que la imaginada, e impone soluciones nuevas. Una equilibrada cohabitación en el poder de las fuerzas democráticas implicadas en valores de progreso puede hacerse más necesaria que la confrontación de minorías ideológicas en interminables debates de cátedra. Es una conjetura.