Lo que más sorprende del pulso entre el secesionismo catalán y el Gobierno de España es la falta total de simetría. El primero hace sus movimientos como si los tuviera programados al milímetro, y en sus entrañas se gestara de veras un nuevo ser estatal, que forma censos, prepara reglamentos, monta servicios paralelos, configura equipos. Al otro lado, el Gobierno no parece hacer nada, ni acciones, ni reacciones ni gestos siquiera, como si la cosa no fuera con él, o viera lo que pasa como un juego de niños, dando algún tirón de orejas desde la fiscalía si se pasan en las travesuras. Ese raro duelo entre la hiperactividad y la indolencia confunde a muchos españoles, que mirando a Catalunya se preguntan si tanta agitación anuncia un paso serio, o es sólo pedaleo para no caer de la bici, y, mirando a Madrid, si la esfinge tendrá una hoja de ruta secreta, o su secreto es una hoja en blanco.