Hoy debemos recordar a Justo Alejo, al cumplirse el trigésimo octavo aniversario de su muerte. Aquella mañana del 11 de enero de 1979, un Madrid arrecido andaba aún desconfiando de la democracia recién estrenada, equidistante entre las primeras elecciones democráticas (1977) y la intentona golpista del 23F (1981).

El poeta de Formariz, aquella mañana gélida, subió al tren suburbano en la estación de Aluche, a la misma hora de todos los días. Hizo transbordo al Metro en Plaza de España y salió a la superficie en Moncloa, cuando ya una multitud transitaba por la calle de la Princesa. Camino de su trabajo, unos; otros a la caza de las "monumentales rebajas" con que les tentaban al consumo los grandes almacenes.

Él tenía su puesto en el servicio de psicología del Ministerio del Aire. Su despacho, como todos los de tan desmesurado edifico, es sobrio y de un deprimente estilo musoliniano: inmensos pasillos, puertas y zócalos de castaño oscuro, mobiliario macizo e impersonal, luz de patio interior? Los militares, allí dentro, cambian el traje de paisano por el uniforme militar que guardan en su propio despacho. Justo Alejo, brigada, aquel día, vistió su uniforme de gala aunque no había orden de hacerlo. Y, sobre las 11h. Subió a la quinta planta del edificio, donde estaba la cafetería, y, visto y no visto, abrió una ventana y se precipito al vacío. Falleció en la ambulancia que le conducía al Hospital General del Ejército del Aire, a escasos metros del Ministerio.

En su memoria, me ha parecido que un digno homenaje sería recuperar algunos párrafos de un artículo que en su día (22 diciembre 1982. Revista El negrillo) le dedicó el también poeta zamorano, su amigo Waldo Santos:

"Humanista y libertario, que fuiste fuerza indomable en la marcha, perpetuo cuestionamiento, soplo espiritual, atravesando el tiempo hasta el Futuro, y mago de la palabra que revivías o partías en dos o la sumabas en el viento o en la ilusión.

Es verdad que profesamos que la palabra redime, en su multivalencia, las vidas mostrencas, las monotonías vivenciales y con-vivenciales; pero seguimos comprometidos en la lucha con fatigas, muchas veces sin esperanza a la vista, aunque eso no importe. Por eso, ten seguro que no serás, como dijo Blas de Otero de Jóse Menese:

"Un hombre solo

con la voz de todo un Pueblo".

Declaraste a las palabras iguales, libres y mayores de edad sugiriendo una Poesía de algún profundo modo revolucionaria, libre, que reclama su herencia cultural y libre también de abrirse a la Aventura. Por eso pareces -y eres sobre todo- escandaloso, provocador, desacralizador de la palabra y de la Poesía, que hiciste uno de la acción y el sueño de la Utopía, en suma.

Y, bueno, sabes que aún te tenemos que descubrir a dos niveles primordiales: existencia de Ti, de tu Obra y de la profusión de la misma, abarcadora de todo lo que al ser humano atañe; o casi todo, vamos, para seguir siendo relativo.

No queremos que "lenta, pase, entre nosotros, el agua mansa de la indiferencia...", horas, años, nada. Y queremos que este proyecto sea el revulsivo de una Cultura de un pueblo que calla demasiado, frente a unos pocos que demasiado largan... Eso que tú querías: que hable, quien tenga algo que decir.

Desde Ti, que bien se haría aquello del divino mulato cubano : "para hacer esta muralla"... todas las manos valen, todas; cada cual a su modo y con su "aire". Que todo es de todos y nada de nadie, como apunta el otro poeta, paralelo de angustias y de sueños.

Y a ti, lector amigo: Que nos faltan tus manos y su quehacer en esta empresa de poner en candelero..., el justo, a Justo, Justo Alejo, sayagués de pro, al que no debía pasarle lo de los otros coterráneos nuestros-muertos... que les llegó tarde, como parece que les está pasando a los vivientes... que les rodea el Silencio, indiferente y premeditado de nosotros.

Seguramente, afirmo, podríamos levantar la cabeza y el alma de Sayago, hasta las estrellas; sencillamente, si nos diera la real gana. ¿Nos dará?. Waldo, 22 de diciembre de 1985.