Con la llegada de las vacaciones escolares y el agradable eco del Informe PISA, resonando por Zamora, tengo a bien hablaros de Cervantes, cuando va acabando el año que celebramos el cuarto centenario de la publicación de la segunda parte del Quijote.

Los docentes estamos pesarosos del pesar (valga la redundancia) que causa, en buena parte del alumnado, la lectura de nuestro "libro de oro". No hace mucho solíamos mandar como tarea de vacaciones el irle metiendo el diente a la primera parte, para llegar a fin de curso con la lectura completa de las aventuras del Ingenioso Hidalgo de La Mancha. Decía que sentíamos pesar porque a mucha prole adolescente se le atragantaba más que las uvas de nochevieja antes de llegar a las doce páginas.

No voy a cansar con las disquisiciones de nuestra preocupación profesional tocante al tema. Los clásicos lo son porque han resistido el paso de las modas. Otra cosa es que nos cueste ponerlos de actualidad; la que año tras año mantiene "por arte de magia" Harry Potter. Este personaje le gana en preferencias juveniles a don Alonso Quijano, con pena de los hidalgos de la tiza, pero creo que el mago de Londres es un trasunto lejano del personaje cervantino, y con muchas concomitancias, sin hacer aquí un ensayo. Ambos creen ciegamente en su poder y acometen la tarea de "desfacer entuertos" metiéndose en jardines y follones intrincados que la fuerza de su mente hacen verosímiles. Cabe pensar que el "best seller" tiene flecos de inspiración en las arriesgadas aventuras del Quijote donde lo fantástico brilla desde el punto y modo en que es armado caballero a la luz de la luna con una bacía de barbero por casco, siguiendo con el ataque a los molinos de viento; haciéndonos después entrar en la cueva de Montesinos, o viendo al hidalgo y escudero subidos al artefacto cómico de Clavileño.

Para ser un héroe hay que creerse capaz, como Don Quijote, aunque no te sonría el triunfo. Para ser un mago hay que creer en la magia aun sabiendo que todo tiene truco (la cara oculta del fracaso).

Fui de los niños españoles que se soltaron a leer con El Quijote escolar, en edición abreviadísima: pequeña dosis cervantina que, como las vacunas, algunos discuten su conveniencia a temprana edad. Sin embargo he de reconocer que los tiempos no poco han cambiado. En mi caso, y puede que muchos niños del campo, veíamos con simpatía a ese Rocinante esquelético en nada parecido al lustre del ganado de la casa: la majestuosa yegua del abuelo o la pareja de mulas, airosa, tirando del carro. En cambio el asno de Sancho tenía más perecido al manso burro que pacía en la era, a la espera de hacer un viaje al molino, a la viña o aliviando la cansada jornada, al aire libre, del pastor con las ovejas.

Cervantes es mucho, oigan. Sobra que lo diga un profesor pero quizás, por ello mismo, he de dejar testimonio agradecido. Se suele decir, como punto de honra, que tal acontecimiento o personaje puso a tal lugar en el mapa, señalando la pública difusión del mismo. A nosotros, los zamoranos, ya nos puso don Miguel en el mapa de la historia mundial de la Literatura a través de nuestros paisanos sanabreses.

Solemos hacer excursiones, un grupo de profes que ni de viaje soltamos los libros, o precisando: no se nos permite viajar sin ellos. Ya se encarga la "teacher" de Literatura, Eva Campo, de llevar unos apuntes con textos para entretener las paradas de autobús, de un cafelito o ante un monumento. Se trata de leer en voz alta, cual "Licenciados Vidriera" las perlas literarias engastadas en el itinerario del viaje. A la citada compañera le tengo que agradecer que me encargara la lectura de la estremecedora despedida del autor del Quijote al pie del Castillo del conde de Lemos, su mecenas. Sin que suene a cursi y solo para que mis nietos sepan que, en algún momento, me tembló la voz, esto fui leyendo:

"Puesto ya el pie en el estribo

con las ansias de la muerte

Gran señor, ésta te escribo

Ayer me dieron la extremaunción y hoy escribo esto; el tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan y con todo eso llevo la vida sobre el deseo de vivir... Que ya no sería sino milagro me diese el cielo vida...".