Me alegra que, en este panorama tan incierto, se haya llegado a un rápido acuerdo en París acerca de la contención de las emisiones de CO2 por parte de los países más industrializados del planeta, entre ellos, EE UU y China, y así mismo los más contaminantes. Si bien, el paso al frente del presidente Obama de nada servirá con el multimillonario Donald Trump en la Casa Blanca, cuyo interés por el medio ambiente, o tal vez por nadie, salvo por salvaguardar su ego, es ninguno. Sin embargo, a tenor de que los estudios científicos y el rumbo del clima sí están demostrando que el cambio es real, catástrofes naturales y alteración de la climatología, y, como consecuencia, incremento de la desertización, deshielo de los polos y la subida de las temperaturas, se empieza a tomar una cierta conciencia de lo importante que es frenar la contaminación. Pero tales esfuerzos son infructuosos si no se aprueban una serie de medidas eficientes y concretas, si no se impulsan leyes desde los propios estados que favorezcan de forma exponencial el desarrollo de energías más limpias y alternativas a las fósiles, y si la industria no toma las medidas necesarias para detener sus emisiones tan nocivas para la atmósfera. A eso habría de añadir otras actuaciones como es darnos cuenta del efecto tan devastador en la Naturaleza mediante la desforestación, que estamos llevando a cabo, el no tratamiento de basuras y residuos, o bien, esa esquilma que se hace, en general, de los fondos marinos, de los mares y el entorno natural. La tarea es ingente. Se trata de la batalla más importante para la supervivencia de la Humanidad porque, tal vez, no sea esta generación sino la siguiente la que sufra, todavía más, en sus propias carnes la lamentable situación de nuestras ciudades hiperpobladas e hipercontaminadas, riadas, inundaciones, graves sequías, etc.

Desde luego, no vamos a hallar soluciones mágicas. Y hay que reconocer que hay países que, gracias a su modernización, han sabido cuidar y plantear un equilibrio entre el ecosistema y los seres humanos. Pero también están las situaciones contrarias, la depredación vinculada a intereses económicos o a la supervivencia como sucede con muchas poblaciones indígenas que cazan animales en peligros de extensión, devastan bosques y hábitats naturales, con el fin de extraerle a la vida natural un jugo que necesitan para paliar el hambre de sus seres queridos. Los datos son muy preocupantes y escalofriantes en este orden de cosas.

No se trata de exageraciones ni de asustar a la gente haciendo creer que vendrán los fuegos del infierno, sino que ya hay lugares y personas que lo padecen. Hay mares y ríos que están tremendamente contaminados y que afectan a la salud de las personas, hay lugares donde no llueve y donde el desierto avanza, hay otros en los que llueve de forma desmesurada, con devastadores ciclones que arrasan todo a su paso, hay demasiados niños y adultos con problemas respiratorios, hay ciudades en las que se han tenido que tomar medidas contra la enorme polución que trae consigo la circulación de millones de vehículos; hay seres humanos que padecen nuevas enfermedades cada vez más difíciles de curar, hay parcelas del mar inhabitables y otras que han visto como los bancos de peces desaparecían, porque no hemos sido capaces de controlar la pesca abusiva. Los arrecifes de coral, en donde se desarrolla tanto la vida (e inspiración de una película tan excepcional como "Buscando a Nemo"), retroceden o mueren por la contaminación del mar. Muchos lugares tienen problemas de acceso al agua potable y otros muchos se embarcarán en guerras por apoderarse de recursos vitales de otros. La moratoria contra la caza de la ballena impidió el acabar con la extinción de un ser excepcional, la ballena. Así es la inconciencia humana. No reconoce el daño que provoca. Este listado de problemas y situaciones no acaba aquí. El hombre no vive de la Naturaleza parece que está empeñado desde hace mucho tiempo en saquearla primero y despreciarla después (como en "Avatar", lo más potable de su argumento), sin darse cuenta de que es un bien finito y que podría ser infinito si se cuidara y se protegiera de forma adecuada. Pero la explotación, el saqueo y las ambiciones solo llevan a un salvaje tratamiento del medio en el que vivimos. No hay otro. No existen otros planetas en los que refugiarnos ni una nave espacial donde orbitar hasta que la tierra se regenere (como en la brillante metáfora fílmica "E-Wally"). De hecho, nos han emocionado muchas películas sobre animales como "Liberad a Willy", "Age Ice", "Happy Feet", "Madagascar", "Mascotas", "Zootrópolis"? algunas verdaderas joyas que nos han despertado nuestro lado sensible y nos han mostrado que también sufren, igual que personitas, pero que muy pronto desaparecerán, de seguir así, y ya solo conoceremos algunas especies por el cine, como si fuesen otra ficción más. No parece que seamos conscientes de que hemos convertido el planeta azul en un gigantesco vertedero. Claro que no lo vemos a simple vista, lo hemos ido deteriorando y degradando hasta unos límites insospechados y, ahora, haciendo de la necesidad virtud, es cuando queremos reaccionar. Me parece bien que en París haya habido una rápida respuesta de los países firmantes, esta vez, frente a la larguísima y complejísima elaboración del Protocolo de Kyoto, pero faltan las medidas eficaces que no hagan temblar el pulso a los países desarrollados para dirigirse en la buena dirección y que sirva de ejemplo a las economías emergentes o a las más contaminantes. Porque no se trata de una cuestión de imagen o prestigio sino de necesidad.

No podemos seguir viviendo de esta manera ni podemos permitir que este puntito en el universo acabe convirtiéndose en un erial; un erial tan devastado que todos los logros, avances y materializaciones de la Humanidad queden en nada, en tan solo una masa de tierra y agua sucia en la que resulte impracticable vivir.

(*) Doctor en Historia Contemporánea y docente