Este invierno se anuncia suave. Dicen los meteorólogos que será lluvioso y cálido, aunque ya se nota el frío de nieve que baja de la sierra. Arden los troncos secos en la chimenea con flagrante voracidad. La semana pasada llegó el deshollinador y limpió la chimenea de impurezas. En la boca había resto de nidos de pájaros y el tiro se resentía. Ahora puedo estar tranquilo, el fuego se eleva alegre entre chisporroteos y la casa ha recuperado una temperatura agradable. He comprado una carga de leña y aprovisionado mis gastos. Mi presupuesto está equilibrado, con una mayor partida para las necesidades perentorias. Hasta el momento, he conseguido no gastar más de lo que ingreso. Pasaré confortable el invierno.

En el Congreso se inicia estos días la negociación de los presupuestos, los del gasto público, ese que todos pagamos y reparten a discreción nuestros gobernantes. Sus señorías aún no han acordado el techo de gastos para el año próximo, pero sin duda será al alza, pues ninguna quiere cargar con el sambenito de ser cicatera o antisocial. Cuenta Plutarco que César se ganaba al pueblo con su dinero, gastándolo pródigo en banquetes, festejos populares y triunfos. Los políticos de hoy también lo hacen, pero con el dinero de los demás, no con el suyo.

Montoro se devanea para satisfacer a tirios y troyanos, sin perder de vista el ajuste del déficit que reclama Bruselas. Desde la oposición, Rivera pide un aumento de 3000 millones para poder atender las 150 medidas del pacto con el PP; los sindicatos de la función pública, un incremento de 6000 millones para compensar la bajada del 5% que aprobó el Gobierno socialista en 2010; y Fernández aún no ha concretado sus exigencias, pero no dará el visto bueno si no se atiende un incremento del gasto en partidas sociales y un nuevo reparto del déficit más generoso para las comunidades autónomas. De Podemos quedan pendientes los 69.000 millones para cuatro años, que irá reclamando en cada proposición. De momento, el Gobierno deberá cuadrar gastos e ingresos para el próximo año, con un déficit no superior al 3,1% si quiere cumplir con el Plan de Estabilidad europeo, lo que supone un recorte de 5.500 millones de euros.

Hace una semana Rajoy aseguraba que "no subiría los impuestos importantes", pero dejaba la vía libre a una mayor recaudación. El martes lo explicó en el Senado: "No se puede cumplir el déficit, aumentar el gasto público y reducir los impuestos". Pero sí se puede cumplir el déficit y reducir los impuestos, gestionando mejor el gasto público, atendiendo a los más necesitados y persiguiendo el fraude. Es decir, con eficiencia, equidad y transparencia. Aunque no parece que vayan por ahí los tiros.

Rajoy no tocará el IVA ni el IRPF -que tienen mala aceptación popular-, pero está dispuesto a aumentar la tributación por los impuestos especiales, como el del tabaco, el alcohol o el de sociedades -con el permiso de Ciudadanos-, y también el de los hidrocarburos -de inveterada resignación- y los ecológicos -de nueva planta y buena acogida-. Sin embargo, con este trasiego tributario no nos libraremos del gravamen del fisco. Aumentará el coste de la energía, los transportes, la calefacción y la cesta diaria, que pagaremos, como no podía ser de otro modo, todos los ciudadanos.

Dice el refrán que es más fácil predicar que dar trigo, pero no lo es cuando la palabra es dictada y el trigo ajeno. Para nuestros gobernantes, siempre hay margen para subir los impuestos, pues mayor presupuesto devenga mayor poder.