Hace pocos días, los norteamericanos eligieron al cuadragésimo quinto presidente de su país. Se trata de unos comicios diferentes en los que los ciudadanos eligen al único servidor público que es elegido por el conjunto de la nación, lo que refuerza el carácter de símbolo que para los estadounidenses tiene el presidente de la Unión. Esta elección es vista muchas veces desde Europa a través de varios equívocos que es bueno intentar despejar. Es interesante destacar que los padres fundadores del país estaban mentalmente más cerca del modelo aristocrático que del modelo democrático radical. Esto ha tenido varias consecuencias en el sistema político norteamericano. En primer lugar, el presidente no es elegido directamente por el voto popular (si así fuera, Hillary Clinton habría ganado las elecciones), sino a través de un colegio de compromisarios que son elegidos por los ciudadanos para luego elegir ellos al presidente. En segundo lugar, como en su génesis el sistema recela de la acumulación excesiva del poder (se temía la llegada de un dictador) la estructura se articula a través de un modelo de pesos y contrapesos que evita que ningún presidente pueda cometer desmanes porque los constituyentes norteamericanos tuvieron siempre claro que son las instituciones y no las personas las que protegen las libertades. De ahí el poder que tienen tanto el Congreso como el Senado y el Tribunal Supremo para vigilar y corregir, en su caso, las decisiones del presidente de la Unión.

Teniendo estos elementos claros, podemos entender entonces que aunque Hillary Clinton ha ganado las elecciones, obteniendo más de setecientos mil votos de ventaja sobre Donald Trump, ello no le servirá para ser presidenta ya que el candidato republicano ha obtenido más compromisarios al haber obtenido la victoria en más Estados que su rival. Podríamos pensar entonces que los EE UU han sucumbido a la tentación populista que parece barrer el mundo occidental al elegir a un candidato famoso por sus exabruptos, reconocido por su inexperiencia política y cuyas salidas de tono han puesto en guardia a los demócratas de medio mundo. La comparación de las encuesta a pie de urna entre 2012 y 2016 muestra que en realidad no se ha producido ninguna revolución en el comportamiento electoral de los ciudadanos norteamericanos. Los datos de estas encuestas (los únicos con los que contamos para poder acercarnos a lo que ha pasado), muestran como factores más relevantes que ha habido una participación ligeramente más alta de los republicanos y eso ha podido ser uno de los factores clave que explique el resultado electoral. En esa misma línea, parece haber habido una participación ligeramente menor de los grupos étnicos que apoyan en mayor medida a los demócratas, como son los hispanos, las personas negras y los de origen asiático.

Los resultados electorales muestran a un país claramente polarizado, con unas costas favorables a los demócratas y una parte central del país a favor de los republicanos, y en que el mundo urbano vota demócrata de manera mayoritaria, mientras que el mundo rural apoya a los republicanos. Cuando estos resultados se analizan teniendo en cuenta las encuestas a pie de urna se observan algunos elementos clave para entender qué tipo de fracturas pueden estar sacudiendo a la sociedad norteamericana a día de hoy. Fracturas que, por cierto, no son demasiado diferentes a las que sacuden a la sociedad europea. En primer lugar tenemos la fractura generacional: los jóvenes votan con claridad demócrata mientras que el voto de los mayores está más igualado, con ventaja para los republicanos. En este sentido, es interesante destacar que casi un 8% de los jóvenes votó por otro candidato distinto de los dos que más posibilidades tenían de salir elegidos. Otra fractura está relacionada con cuestiones como el comercio o la emigración: aquellos a los que les preocupa la inmigración, y que consideran que Estados Unidos debería restringir el comercio con el resto del mundo han votado de manera clara a Trump, mientras que los que están más preocupados por la situación política en el mundo y consideran que habría que legalizar a los inmigrantes ilegales votan de manera clara por los demócratas. No en vano hace pocos meses la líder ultraderechistas francesa Marinne Le Pen proclamaba que la división ya no es entre izquierda y derecha sino entre patriotas y cosmopolitas. Las zonas que más han sufrido lo que podríamos llamar una reconversión industrial han pasado al lado republicano y ahí está quizá una de las claves: los que se sienten perdedores en el proceso de la globalización votan de manera mayoritaria por el populismo que representa Trump, con independencia incluso de su nivel de estudios, y por eso quizá los que consideran que la mejor cualidad del presidente ha de ser "que pueda traer un cambio" han votado de manera mayoritaria por el líder republicano.

No sabemos qué pasará durante estos próximos años porque, insisto, Trump es un "outsider" en la política norteamericana y lo es también en cierta medida para el propio Partido Republicano. Esperemos que, en cualquier caso y parafraseando a Karl Popper, las buenas instituciones sigan protegiendo a las naciones de los malos gobernantes.