Estos días de investidura y de luchas internas en los partidos en España y en Estados Unidos no han sido otra cosa que ver quién podía y mandaba más que los demás. Y muchos cristianos han caído en la tentación de identificarse con algún candidato político, y hasta de reñir más de una vez en el bar o en el trabajo por defenderlo y, si hiciera falta, hacer que la sangre llegase al río. Y es que está en nuestra naturaleza (pervertida) adorar a esos mandamases como si fueran dioses o mesías salvadores. Así adoraban antaño los romanos al emperador, los egipcios al faraón, y así adoran hoy los demócratas al presidente, los futbolistas al pichichi, los papistas al papa, los nacionalistas a? Los judíos también esperaban una salvación política a través de un mesías poderoso, rey de Israel que librase al pueblo de los extranjeros que lo tenían sometido, al estilo del rey David.

De esa naturaleza humana (pervertida) forma también parte querer mandar. Se empieza como un pequeño tirano ya de niño con los padres, y se va pasando a querer ser el macho alfa de la pandilla, capitán del equipo, delegado de clase, el primero de la fila, secretario de partido, jefe de oficina, director de instituto, arzobispo o papa, presidente del Gobierno, rey de no sé dónde, emperador de no sé cuál, dios del fútbol, diosa de la moda? o lo que haga falta con tal de ser quien corta el bacalao. Ahí tenemos a Adán queriendo ser como Dios desde el primer capítulo de la historia humana.

Jesús, hombre como nosotros, tampoco se vio libre de la tentación de creerse el rey del mambo, con la que tuvo que lidiar toda su vida. Recién nacido los magos lo adoraron como rey, y Herodes lo temió; al inicio de su misión fue tentado por Satanás con el caramelo del Gobierno de todos los reinos del mundo; tras la multiplicación de los panes la muchedumbre quiso convertirlo en rey; entró en Jerusalén vitoreado como tal; Herodes hijo lo vistió de púrpura y los soldados le pusieron corona real; y sobre su cabeza Pilato mandó escribir bien claro: "Este es el rey de los Judíos". En el momento final tuvo que resistir la tentación de bajarse de la cruz y demostrar que era rey de verdad cargándose a todos los que lo insultaban.

Mientras los señores de la tierra se pegan por el poder y sus súbditos los idolatran, los cristianos adoramos a Jesucristo rey del Universo, débil, crucificado, humillado. Nuestra bandera no puede ser otra que el signo de la cruz. Y a los cristianos que ven en Jesús al primer revolucionario de la historia y quieren sangre, decirles que su única afirmación como rey fue: "Mi reino no es de este mundo", y que no derramó más sangre que la suya.