Como habían anunciado, los diputados y senadores de Podemos no asistieron al saludo al rey ni al desfile militar en la apertura solemne de la legislatura que preside por primera vez Felipe VI, pero sí lo escucharon en el Congreso, aunque no aplaudieron ni se levantaron al concluir el rey su discurso. Los de ERC y Bildu ni siquiera se presentaron, porque asistir a los actos organizados en el Congreso sería "rendir pleitesía al rey en la casa del pueblo", dijo el inefable portavoz de los independentistas.

En su discurso, el rey relacionó la corrupción con la desafección ciudadana y habló de la necesidad de regenerar la vida pública, no solo como una cuestión de principios, sino como fundamento del Estado de derecho, "antecedente necesario para poder recuperar la confianza de los ciudadanos". Recordó que el respeto a la ley y el acatamiento de las sentencias de los tribunales es la garantía de la democracia, "porque en un Estado de derecho la primacía de la ley elimina la arbitrariedad de los poderes públicos y asegura el ejercicio de los derechos y libertades de los ciudadanos". Se entiende por tanto la ausencia de los soberanistas y el silencio de los antisistema, pues tanto unos como otros creen que haber sido elegidos por una parte del pueblo sirve de aval para conculcar las leyes aprobadas por la totalidad, que son garantía contra la arbitrariedad de los gobernantes y la dictadura de la mayoría. Sorprende, sin embargo, la ovación entusiasta de quienes han tenido responsabilidad de gobierno. Habría que preguntarles qué medidas tomaron durante todos estos años para atajar la corrupción o aumentar la publicidad y transparencia de sus decisiones. ¿Por qué no exigieron el cumplimiento de las sentencias de los tribunales, o reformaron las leyes si acaso no las consideraban justas? ¿Qué hicieron para mejorar la representatividad y garantizar el ejercicio de los derechos jurídico-políticos de los ciudadanos? Preguntas que si las meditaran congelarían su ovación en un vergonzante aplauso.

Criaturas del espectáculo mediático, los antisistema aprovecharon la oportunidad para exponer ostensiblemente sus diferencias con los de "arriba", por no ser "nosotros", es decir, los de "abajo", el pueblo soberano. Sin darse cuenta de que ahora también ellos son de "arriba" y forman parte de esa élite dirigente que repudian, por mucho que insistan en que siguen siendo "nosotros", pues con "ellos" comparten asiento, sueldo y prebendas, aunque gasten otro atuendo, desdeñen las buenas maneras o proclamen enfáticos su rechazo al protocolo porque "forma parte de una concepción política vieja". Como si el descuido, la mala educación o el exabrupto fueran mejores que el aseo, el respeto y la cordialidad para representar a ese pueblo agraviado y subyugado al que dicen defender.

Para llegar al poder, el populismo necesita escenificar el radical antagonismo entre gobernantes y gobernados, a pesar de que los primeros lo sean por gusto de los segundos y estos necesiten a los primeros para gestionar lo que es de todos. Para explicar esta irreconciliable oposición, afirman que los elegidos en las democracias representativas lo son a pesar del pueblo, porque esos que han elegido no les representan debido a las insuficiencias de la democracia indirecta o a la deficiente proporcionalidad de la representación. Sin embargo, en las pocas experiencias en que han llegado al poder, no solo no han reformado los procedimientos de selección o fortalecido la autonomía judicial, los organismos reguladores o la prensa libre, que permitirían un mayor control de los gobernantes; sino que han intentado suprimir los contrapoderes democráticos, pues una vez conquistado el poder, el pueblo ya no necesita el imperio de la ley, sino la autoridad del líder carismático que lo encarna.

Trump convenció al pueblo con su discurso antiestablisment, zafio y xenófobo, que Pablo Iglesias rechaza. "La vacuna frente al fascismo de Trump es justicia social y derechos humanos. Hay un pueblo de los EE UU que resistirá", escribió. Pero Trump llegó al poder aupado por ese pueblo que es su antagónico, y Nigel Farage y compañía convencieron al pueblo británico para que votara el "brexit" contra sus propios intereses. No sabemos qué deriva impondrá el nuevo presidente americano a su Gobierno, pero conocemos la experiencia de Chávez y Maduro en Venezuela, de Fujimori en Perú y de Tsipras en Grecia. En el programa de "Un país para la gente" que Podemos ofreció al PSOE para formar gobierno, Pablo Iglesias reclamaba para su vicepresidencia la dirección de TVE, el CNI, el CIS, la parcialidad de la judicatura y de los organismos reguladores. Ominoso precedente de sus prístinas intenciones.