Pues sí, aquí se comentaba semanas antes del 8 de noviembre que tal y como están las cosas por un mundo dominado por una serie de poderosos y temerosos lobbys cuyo objetivo es dar la vuelta a la vida como si de un calcetín se tratase, sería bueno que ganase Trump las elecciones presidenciales de Estados Unidos para dar una pasada por el conservadurismo más tradicional y restablecer los valores y principios que se iban perdiendo a marchas forzadas. No obstante, Clinton, con su rancio progresismo, era la favorita, el mal menor. Pero resultó que Estados Unidos pensó que era la hora del cambio, tras ocho años de humo, y llevó a la Casa Blanca a Trump como ganador absoluto y rotundo.

Desde entonces, no paran los ataques mediáticos a quien será en enero presidente de la nación más poderosa, y al que ni siquiera se concede un margen de mínima confianza. Todos contra Trump, que todo vale, mientras se vaticinan las mayores y más irreparables desgracias no solo a Estados Unidos sino a todo el mundo. España no es una excepción, naturalmente, y cada día nos vamos a la cama con una indigesta ración de interesada información sobre Trump y los comentarios más acerbos, olvidando los más de sesenta millones de ciudadanos que le han respaldado, y por algo será.

Claro que a los primeros que se echa la culpa es a quienes le han apoyado en las urnas, a los que se tacha de gente vieja, ignorante, pobre, perteneciente a los ámbitos rurales, sin apenas educación ni título universitario, representantes de la América profunda, y que no respetan a los inmigrantes, legales o ilegales, ni a las mujeres. Las latinas y las negras han votado a Clinton, según los análisis, pero el 53 por ciento de las mujeres blancas, y de ellas un 48 por ciento con carrera, se decantaron por el políticamente incorrecto Trump. Pese a las campañas basadas en el sexismo del presidente electo, que no se puede negar, pero sin olvidar al señor Clinton, por ejemplo, o a Kennedy, si se retrocede en la historia.

En cuanto a la inmigración, el que será el 46 presidente de Estados Unidos ya ha rebajado a tres millones la cantidad de inmigrantes ilegales que deportará a sus países de origen, casi todos de Centroamérica. Es lo que se ha hecho siempre en aquel país. Obama, en siete años de mandato, ya había deportado a 2,3 millones y solo el año pasado 230.000 fueron remitidos a los lugares de los que habían salido. Con una salvedad, Trump solo deportará a los que tengan antecedentes penales. El muro con México, una de sus promesas más polémicas, ha ido quedado relegado, al menos por ahora.

No acaban ahí las infinitas acusaciones, pues Trump no comulga ni con el aborto ni con el matrimonio homosexual, aunque respetará las decisiones de cada Estado, y se prepara para relevar a lo que aquí se conoce como la casta. "¿Queréis que gobierne la clase política corrupta o la gente?", ha preguntado siempre. En España ya sabemos cómo se ha respondido, pero los estadounidenses parece que no tienen tantas tragaderas con la corrupción. Además, Trump es un empresario millonario y eso parece como un aval de éxito. ¿El sueño americano, o una pesadilla? El tiempo lo dirá.