Vivía en el 2º B, uno de los seis pisos del inmueble de tres plantas, de una céntrica calle de Reus. Tenía 81 años. En realidad, malvivía sin apenas recursos económicos, hasta el punto de que no le alcanzaba para pagar el recibo de la luz. Estaba solitariamente sola. Y solitariamente sola falleció una fría madrugada a consecuencia de la inhalación de gases tóxicos tras un incendio provocado por una vela que cayó sobre el colchón en que dormía. Esa es la hipótesis que manejan los bomberos. A la buena señora, a la pobre señora, hacia dos meses que le habían cortado la luz por impago. Hay quien ha dicho que este suceso es un crimen en toda regla. A lo mejor no le falta razón.

Las avariciosas compañías eléctricas, antes de proceder a cortar la energía de ningún hogar, deberían avisar a los servicios sociales, para que hagan los deberes y se evite así que todos los años se pierdan vidas por culpa de una vela, de la mala combustión de un brasero de cisco o, simple y llanamente, de frío puro y duro.

Nadie, absolutamente nadie en el entorno de la anciana, sabía de las calamidades por las que tenía que pasar para comer, para calentarse, para sobrevivir. La anciana o no quiso molestar con sus problemas a sus vecinos (bastante tiene cada cual con lo suyo) o sintió vergüenza de haber llegado a ese extremo. Lo cierto es que murió abrasada. A mí me importa un bledo si se ahumó el dormitorio, si durante un buen rato los gases tóxicos y el humo se apoderaron del edificio e incluso si la estructura del edificio, que no ha sido así, pudo sufrir algún daño. A mí lo que me importa es la vida perdida de esa señora.

Y es que como esa anciana hay muchas en España. Y pienso en tantos ancianos que lo están pasando igual o puede que peor que esa señora. Tan mala es la falta de recursos como la soledad. A los mayores se les empieza a considerar poco menos que como trastos inservibles, viejos.

O se les desarraiga del hogar, y hala, todos para la residencia o se les deja vivir, eso, solitariamente solos en unos domicilios que en otro tiempo debieron ser hogares pero que han perdido ese rango, el de hogar, al no haber el calor necesario tras sus paredes. Y no hablo del que proporciona la energía. Hablo del otro, del calor familiar, del calor que proporcionan los amigos, los hijos, los nietos siempre y cuando todos ellos estén a la altura de las circunstancias. Porque en la mayoría de casos de soledad, la persona cuenta con familia suficiente como para no encontrarse en ese trance. Solo que la familia, a veces, algunas veces, ya digo, no está a la altura que le corresponde.

Por favor, que alguien le pare los pies a las eléctricas, que los Servicios Sociales de las instituciones funcionen como deben y no a medio gas. Interesémonos más por el prójimo, de obra y no solo de palabra. El día en que así sea habremos alcanzado la categoría de sociedad avanzada.