La tarde del 16 de agosto de 2005 el hermano Roger, fundador de la comunidad de Taizé, iniciaba con las siguientes palabras una carta que quedaría inacabada al ser asesinado por una enferma mental en la oración vespertina: "En la medida en que nuestra comunidad cree en la familia humana posibilidades para ensanchar?".

No se sabe exactamente a qué se refería con la expresión de ensanchar, aunque posteriormente se ha interpretado como la necesidad de llegar más allá, a los más alejados, para presentarles la noticia de un amor sin límite y sin condiciones.

Hoy se cierra en las diócesis de todo el mundo el Año Santo de la Misericordia convocado por el papa Francisco, un tiempo de gracia para profundizar en la misericordia "que hace al mundo más justo y menos frío" y para "dejar caer el rencor, la rabia, la violencia y la venganza".

Hemos atravesado la puerta santa, hemos asistido a cultos y formaciones que giraban alrededor de la misericordia y el perdón, pero ¿qué queda después?, ¿qué toca ahora? Se corre el riesgo de convertir los tiempos extraordinarios en momentos en los que se repiten cada vez los mismos ritos cambiando únicamente el apellido (jóvenes y misericordia, laicos y misericordia, procesión de la misericordia?) sin que realmente se sacudan las estructuras y los corazones y se explicite de qué manera hemos digerido este tiempo y cuáles son sus frutos.

Es momento, quizás, de crear posibilidades para ensanchar, de atravesar el presente y comenzar a construir con hechos, ensanchar los caminos y los senderos que nos llevan al encuentro con los otros -incluso con quienes piensan de manera diferente a nosotros- en un mundo donde crece la desconfianza. Ser, como reza el lema de este Jubileo, misericordiosos como el Padre y dar testimonio de ello.