Como quizá no sepan, Hillary Clinton ganó las elecciones de los EE UU. Pero gobernará un multimillonario chiflado llamado Donald Trump. En serio, es así. La señora Clinton obtuvo 60.071.781 votos. El señor Trump, 59.791.135 votos. Es decir, 280.646 votos de ventaja para Hillary. No tiene nada de extraño, ni es la primera vez que pasa. Lo que distorsiona el resultado es que en cada Estado el ganador, aunque sea por un voto, se lleva todos los integrantes del "colegio electoral" que elegirá el presidente. En España pasa algo similar, aunque sea un sistema diferente. Aquí tampoco elegimos al presidente del Gobierno -lo hacen los diputados- y también puede suceder que quien gane en votos no gane en escaños. Pero, bueno, a efectos prácticos, eso de que gane el perdedor y pierda el ganador no deja de ser una anécdota. Quién se hace con la Casa Blanca (como aquí con la Moncloa) se lo lleva todo y al cabo de cuatro días nadie recuerda el número de votos. Lo importante es que a los mandos del país más poderoso del planeta estará en pocas semanas un tipo que no parece tener dos dedos de frente, culturalmente hablando. Es un simple que hablando con simplezas ha logrado ir conectando con millones de personas, hartas de la complejidad del mundo actual.

Este tipo de personajes surgen cuando buena parte de los votantes están hasta la narices de lo que los rodea, cuyo deterioro galopante no pueden entender. Ahora mismo, en todo el mundo desarrollado estamos asistiendo a este tipo de explosiones de rabia popular. Hace nada fue el Reino Unido el que hizo un soberbio e inesperado corte de mangas a la Unión Europea. Hace poco el mundo se quedó atónito con el fracaso del referéndum en Colombia sobre un tratado de paz, cuya negociación había llevado años y esfuerzos. En Francia, con elecciones cercanas, la ultraderecha puede dar la próxima y terrible sorpresa electoral. En Alemania, la ultraderecha es tercera fuerza y no para de subir. La ultraderecha se apodera también de varios países en la antigua Europa del este y es pujante en la destruida Grecia? etc. ¿Qué es lo que no entiende la gente, lo que la hace explotar y agarrarse a lo que sea, con tal de que sugiera un cambio respecto a lo que hay? No entiende que la inmensa mayoría de la población viva cada vez peor, hasta extremos de miseria, mientras un pequeña minoría vive cada vez mejor, hasta extremos obscenos, y concentra la riqueza en pocas manos. Cuando eso ocurre, hay explosiones de desesperación y rabia. Y ese es el caldo de cultivo del que han nacido todas las revoluciones, guerras y desastres de la humanidad.

Solo un pueblo muy desesperado puede optar por un líder grotesco, zafio, xenófobo, misógino y antisocial. Sin una Alemania arruinada y en la miseria jamás hubiese llegado Hitler, democráticamente, a la Cancillería. Ahora se están arruinando de forma brutal las mayorías sociales del mundo desarrollado, condenadas al paro, la semiesclavitud, la precariedad y la miseria. La cosa viene de los años 80, de los tiempos de otro simple en la Casa Blanca, Ronald Reagan. En aquellos años empezó a imponerse una economía de mercado desregulado que ha ido desembocando en desatinos como las finanzas internacionales (un casino mundial en el que especula con nuestras vidas) o la globalización sin ley. De ahí viene la ruina colectiva que se percibe con cada vez mayor intensidad en los países "ricos". De ahí, la desesperación de las mayorías aplastadas. Lo de Trump enciende todas las alarmas. Estamos en peligro, sí. Y Podemos, permítanme decirlo, se alza como una de las pocas esperanzas en este país y en muchos más de nuestro entorno. Nacimos para detener este desastre, yendo a sus raíz y demostrando que otras formas de gobernar, de convivir, son posibles, deseables e imprescindibles. Es verdad que nos cuesta mucho hacernos oír, porque los de "no se puede" disponen de todos los poderes, de leyes mordaza y de engrasadas maquinarias de fango e infamias para estrangular cualquier oposición a sus estúpidos planes de suicidio global. Pero tal y como va esto, nos quedamos sin opciones: o canalizamos la rabia hacia una fuerza nacida para transformar una economía que nos aboca al desastre o nos la canalizarán hacia líderes grotescos y cada vez más antisociales. Sí se puede detener este desastre. Y tenemos la herramienta política adecuada. Pero nos falta un apoyo más potente, masivo, audaz y valiente de la población. Y no solo en elecciones, ahora mismo, ya. Pensad en ello. Y transformad con nosotros vuestra rabia en energía.

(*) Periodista, escritor y secretario general de Podemos Zamora