He seguido a ratos los resultados de la campaña electoral americana. Como debe ocurrir en estos acontecimientos, hubo resultados, parciales, muy diversos y las esperanzas han estado pendientes, en mi punto de vista. Al comenzar esta madrugada eran 187 los apoyos que tenía Donald Trump y 209 eran partidarios de que saliera elegida Hillary Clinton. En una posterior conexión se había producido un salto impresionante de Trump; tenía 244 votos, mientras Hillary Clinton contaba con los primeros 209; hubo un parón en las expectativas de Trump y en posterior conexión comprobé sus 244 votos y vi que los de Clinton habían experimentado una ligera subida llegando a 215. Ha pasado bastante tiempo en el que mis ocupaciones me han alejado de la televisión; y, al dirigir la mirada de nuevo, vi que Donald Trump había superado ligeramente los 270 votos exigidos para ser presidente de los Estados Unidos de América del Norte. Y ese era el final: sus 274 votos contra los 218 que apoyaban a Hillary Clinton eran definitivos.

Breves instantes transcurrieron hasta que salió en la televisión la sede del Partido Republicano y, en el lugar preeminente del mismo, apareció Donald Trump, acompañado de su esposa y seguido de sus dos hijas, una con su esposo y la otra unida a todos ellos. Siguió un discurso del elegido nuevo presidente de los Estados Unidos. Para ser un discurso improvisado estuvo bastante bien. Se volcó en dar las gracias a todos los que han contribuido a su triunfo y tuvo palabras de reconocimiento para los méritos y contribución de Hillary Clinton en beneficio de su gran patria. Como es obligado en estos casos, prometió trabajar mucho en beneficio de todos los estadounidenses y terminó -como había empezado- dando muchas gracias.

Habrá que esperar algo de tiempo para averiguar cuánto ha podido ganar aquella nación con la elección de Donald Trump para presidente. Y al hablar de aquella gran nación no puede olvidarse que los Estados Unidos significan en el mundo una parte muy importante en la seguridad mundial; son hoy, sin lugar a dudas, la mayor potencia del mundo, si bien le estén echando un pulso la ingente China y la siempre interesante nación rusa. Esta va en declive manifiesto y China no ha llegado aún. Por eso, el mundo entero ha seguido con cierto interés el desarrollo de la campaña electoral, unos prefiriendo que ganara Hillary Clinton y otros -tal vez los menos- poniéndose a favor de Donald Trump. Ya está decidido quién va a tener el timón del mundo en estos años futuros.

La campaña, utilizando la innegable claridad que caracteriza a los Estados Unidos, ha ido diciéndonos quién es cada cual de estos dos candidatos. Y la verdad es que las noticias acabaron por presentarnos a dos sujetos indeseables. Nos los dieron a los dos tan malos que, con razón, solo se oía aquello de "para el caso es igual; los dos son muy malos". Y, claro está, cada cual añadía: "Dentro de lo malo, lo menos malo; y eso es?" (aquí venía el nombre del preferido). La mayor parte de las personas con las que yo he tratado ponían a Hillary Clinton en esos puntos suspensivos. Sin embargo la realidad les ha dado un mentís y el elegido por el pueblo norteamericano ha sido Donald Trump.

Con esta realidad delante, yo dejo de lado todas las demás circunstancias, que son muchas y diversas, y me quedo solo con el tema de la vida, el más importante para mí, ahora y siempre. Entre los asuntos que barajaron ambos candidatos estaba el aborto. Trump se declaraba radicalmente contrario al aborto, Hillary no defendía tal opinión. Por esa razón he reaccionado con cierta alegría. Es para mí de tal importancia la defensa de la vida, de los nacidos y de los aún no nacidos, que todos los asuntos tienen menos importancia, aunque bastantes objetivos tengan una importancia extraordinaria. Hay muchos en las dos enunciaciones de programa electoral. Viendo todas las cuestiones, tal vez no debiera alegrarme; y por eso no me alegro, del todo, con el resultado; pero -dentro de cierta indiferencia- veo con agrado el triunfo de la vida; y con ese triunfo tengo que aprobar el de Donald Trump en esta batalla tan reñida, y en la que, por lo manifestado anteriormente, se ha echado de menos un tercer candidato, que tuviera menos notas desfavorables que los dos en liza. Por lo oído, considero que, con toda seguridad, ese tercer candidato, sin lacras, sería hoy el elegido presidente.