Llegados los datos del paro referentes a octubre, ya con el nuevo Gobierno, se confirma el fin de la racha positiva del trabajo estacional de los meses de verano, con el desempleo aumentando de nuevo, como suele suceder todos los años por estas épocas y como era previsible por tanto. Cincuenta mil parados más, pero con la compensación de que a la postre se ha producido un incremento de afiliados a la Seguridad Social, lo que es un dato positivo y esperanzador para todos, pero muy especialmente para quienes manejan los datos oficiales de la economía, el equipo en las alturas de De Guindos y de Montoro, que continúan, claro, como ministros, siempre en pugna, pero en los que Rajoy confía para sostener sus planes de recuperación que puede que sea cierta pero que solo se nota en ciertos niveles sociales.

Parece evidente que circula ahora más el dinero que durante los años más duros de la crisis, hay más clientes en los comercios, los supermercados están llenos, y el ánimo general del personal se ha elevado un tanto. Sin embargo, hay todavía alrededor de cuatro millones de personas que no consiguen trabajo, lo que indica el largo camino por recorrer que falta aun, por más que Rajoy eche las campanas al vuelo y continúe refiriéndose impertérrito a esos millones de empleos que dice que van a generarse de modo casi inmediato en los próximos años de su Gobierno y que se unirán a los puestos de trabajo que se vienen creando en los últimos tiempos y que están aumentando los ingresos por cotizaciones, lo que entre otras cosas supone la garantía del sistema de pensiones, aunque haya que reformarlo.

La cuestión, aunque esto solo lo recuerden los partidos de la oposición y los sindicatos, es que ese empleo que se está creando a marchas forzadas para mejorar los datos, es en su inmensa mayor parte trabajo en precario, temporal, y mal retribuido. Cierto que algo es mejor que nada, por poco que sea, pero no se puede utilizar tal situación como ariete político. Habrá menos paro, entre unas cosas y otras, pero la gente y sobre todo los jóvenes, muchos, tienen que iniciar la diáspora a las zonas industriales o a otros países si quieren encontrar un trabajo digno. Aquí mismo, en Zamora, donde se nota, es verdad, alguna mejoría en cuento a posibilidades de empleo, resulta que hay 14.000 asalariados -uno de cada cuatro trabajadores en la provincia- con ingresos de 300 euros mensuales o menos, el estamento social que se ha dado en denominar como trabajadores pobres y en el umbral de la exclusión.

Un dato frío y tremendo, extraído de la Agencia Tributaria, que revela en toda su crudeza la situación laboral. Son retribuciones de supervivencia que sitúan a Zamora, una vez más, en el último lugar de la región junto, como casi siempre, con la también deprimida Ávila. Los sueldos medios, que aquí apenas superan los 15.000 euros anuales, quedan muy por bajo de la comunidad y el país, y lo mismo ocurre lógicamente con las pensiones, a las que el Gobierno seguirá subiendo en 2017 el 0,25% mientras el indice de precios de consumo se elevará este año cerca del 2%, lo que viene a significar para todos más perdida del poder adquisitivo. Y con el mismo Gobierno.