No sé, no he sabido nunca analizar razonadamente la obra de un poeta. Se puede hacer y otros lo hacen. Son los expertos críticos y profesores. Yo me dejo llevar por la pasión en esos casos. No sé ser objetivo. Solo puedo decir lo que me hace sentir cada poema. Y ha sido siempre así.

Por eso, hablar de Tomás Sánchez Santiago con objetividad no sé si podría. Me asaltó "Amenaza en la fiesta", porque era nuestra la fiesta común y era la amenaza en que vivíamos compartida. Era fiesta poética en una amenaza existencial e histórica. No podía leer aquel librito, con su cara y su cruz, sin envilecerme gratamente en la grave "liturgia del lenguaje", "en la hermosa trabazón de dos orillas" que íbamos compartiendo paso a paso. Y luego "La secreta labor de cinco inviernos" que se hacían largos porque eran de trabajo, uno mesetario, otro insular y removía incluso "la quietud que acoge a las fallebas", en el que mencionaba a don Luis. Y así el topo hizo su vida oculta en subterráneos por unos campos áridos y fríos, aunque aquella ciudadanía, una plaquete preciosa viniera a la vida junto al mar, en Lanzarote. Y más tarde "En familia", íbamos siendo todos uno. Yo me iba abandonando entre las cartas y fui viendo crecer "El que desordena" y era todo "En sigilo".

Porque la vida de los hombres se construye en el silencio y acaso en un susurro que relata lo corriente, las cosas cotidianas se vuelven de interior. Sus poemas se desarrollan en palabras como ropa tendida, incluso cuando vuelan pájaros en una antología que en realidad solo dejan el hueco de su vuelo.

Hay críticos que saben cómo hay que hacer trabajos importantes. Pero, encima, la persona me conmueve. Este Tomás me prestó un poema para justificar aquella confusión que me habitaba en mi primer libro. Y así fue mi mentor. El poema se titula "Aprendizajes", se sigue titulando aprendizajes porque nunca hemos dejado de aprender. Si, acaso, lo recuerdo, me emociono. Sacamos del armario las palabras muy prontico y con ellas se fraguó la amistad de muchos años.

Pero elijo un poema sobre todos por lo mucho que me empuja por las cuestas. Es "Capaz", que no solo es una añagaza existencialista es un empujón que da el poeta a cada hombre que sale de su casa a la tarea. Gracias.

Ahora, La belleza de la melancolía crece en la descarnada osamenta del lenguaje. Así se podría resumir "Pérdida del ahí", el nuevo libro de Tomás Sánchez Santiago.

Y me llega en el otoño como una cuchillada más de las que el tiempo, no solo la estación y el propio cuerpo, clava en el alma.

Salió del buzón hacia el atardecer templado, nuboso o abrumado. Me eché a su lectura, pero pronto me anonadó la fuerza del lenguaje. Me encontraba, de nuevo, con "La secreta labor de cinco inviernos", con el Tomás más íntimo. Siempre con el Tomás que desordena. Desordena el lenguaje, desordena lo justo la emoción contenida; también la participa encarnizada.

Insisto, no deseo ni puedo hacer oficio de crítico. Las palabras sensatas no aciertan a salir en su sentido estricto, se esconden cuando el poeta las espera. Las palabras son una trampa casi sucia, y más si se persiguen o se ignoran. Las palabras transmiten no solo sensaciones, pensamientos, las de Tomás me siguen emocionando por juiciosas.

Es la pura belleza de la melancolía instalada en un ejercicio de palabras: esos sustantivos abstractos en plural, como las cercanías, que concentran los sentimientos provocados por el entorno (el ahí) que señala Tomás, toda la circunstancia que contribuye al yo, (el aquí, por oposición) en toda la sucesión de acciones (las acumulaciones que conlleva entonces) la vida en una prodigiosa agrupación de pájaros con todos los vuelos de todos esos pájaros (sentimientos: alma).

Entrar en tanta pérdida, a mí que soy más bien sentimental o tan solo otoñal, me ha producido esa iluminación que muy pocos poetas me provocan. Tomás me sigue iluminando y más, si desordena, pues es en el desorden de la vida cuando más me lastiman las palabras.

Hace cuarenta años ya nos echamos al monte, salimos del armario de la poesía como quien sale al cine, Su poema "Aprendizajes" hizo de prólogo a mi primer libro y algún crítico pensaba que había entre nosotros ciertas complicidades. No es incierto. Compartimos maestros y un contexto singular, nuestra ciudad, también nuestra amistad. Por eso, nunca seré su mejor crítico.

Los libros de Tomás me alcanzan siempre, me dejan atrapado. Tendría que hacer un esfuerzo innecesario al comentar su voz, su estilo, sus palabras. Lo haría con querencias, imprudente. Él sí sabe enjuiciar; lo ha demostrado. Soy poco racional y no quiero caer en fingimiento. "Pérdida del ahí" es la constante humana del recuerdo, en la forma inefable de un poema que lo escribimos todos a su debido tiempo en la mar procelosa de la vida. Tomás nos deja el libro con su belleza encarnizada y, al leerlo, las pérdidas de todos se reúnen.