En el lenguaje deportivo, que ahora ya sirve para cualquier ámbito, se conoce como táctica del autobús, o poner el autobús, a esos sistemas ultradefensivos que buscan, antes que ganar el partido, mantener a cero la portería propia. Si metemos algún golito, bienvenido sea, pero lo esencial es que no marque el contrario. Y para lograrlo, se acumulan jugadores y más jugadores en las inmediaciones del área, se cierran espacios, se achucha al rival? en fin, que se coloca el autobús delante del guardameta o, incluso, debajo del larguero para evitar que la pelotita entre.

Los que ya peinamos canas recordamos que fue Benito Díaz quien introdujo en España esta modalidad, llamada entonces cerrojo, allá por la década de los 60. Los italianos la perfeccionaron con su "catenaccio" y la creación del líbero y, como les funcionaba, el invento se extendió por todo el orbe futbolístico hasta dar lugar a anécdotas tan jugosas como la protagonizada por Nereo Rocco, entrenador del Milán, a quien, al finalizar una entrevista, le dijeron el consabido "que gane el mejor", y él replicó: "si puede ser, no". Como creía que su rival era superior, confiaba en la táctica del autobús; preferible no arriesgar ni plantear batalla en campo abierto; lo importante es que no te marcaran goles. Algo similar hicieron suyo técnicos como Maguregui, Javier Clemente, Lotina y unos cuantos más. Así que la cultura del cerrojo y del autobús se instaló en nuestro acervo colectivo hasta el punto de invadir y colonizar muchas áreas del devenir cotidiano.

Claro que llovía sobre mojado porque ¿quién no ha oído en su casa eso de tú vete a lo seguro, tú no arriesgues, tú no te signifiques, tú no pierdas lo que ya tienes? Estas frases, u otras parecidas, están en la memoria de la mayoría de nosotros. De modo que a pocos les extraña que estos axiomas-criterios determinen decisiones y conductas de toda índole. Por ejemplo, en el apartado político. ¿No ha hecho Rajoy otra cosa que poner el autobús con la elección de su ¿nuevo? equipo de Gobierno? No falta quien dice que hay otras caras, que entra gente más joven, que se abren ventanas y se renueva el aire, que vendrán impulsos más briosos, que llegan personas más abiertas al diálogo y al consenso, que huele a mayor modernidad, que, que?

Es posible, pero la alineación que Rajoy nos facilitó el jueves, vía comunicado (ni siquiera compareció para explicarla y defenderla), no parece la idónea para afrontar los retos que tiene que planteados España en Europa y en el mundo ni para lograr que vivamos, aunque sea unos mesecitos, en esa calma política y social que tanto nos merecemos, amén. Más bien da la impresión de que el presidente del Gobierno, tan aficionado al fútbol, ha optado por la táctica del autobús, es decir por jugar a la defensiva. Los expertos en Marianología o Rajoylogía, que de ambas formas se la denomina, coinciden en afirmar que nuestro presi se ha rodeado de marianistas y de gentes del núcleo duro del PP, o sea, que nada de salir al ataque y a golear, sino que lo vital es, como dicen los argentinos, proteger el arco. Uno se rodea de leales; equilibra poderes para que, si se cabrean, riñan entre ellos sin rozarme a mí; procura no enfadar a ningún sector ni territorio, instaura una guardia pretoriana para evitar, o sofocar, revueltas; insinúa premios o castigos según comportamientos y fidelidades, y aquí paz y después, gloria. Y en caso de que los problemas pasen a mayores, siempre quedará el recurso de, una vez llegado mayo, disolver las Cortes y convocar nuevas elecciones para que se enteren estos incordias de qué va la copla.

¿Y los intereses nacionales, ese cacareado bien común, la mejora de vida de los españolitos de a pie? Pues, depende. Siempre se podrá decir, y repetir hasta la extenuación, que nombramientos, decisiones, propuestas, leyes, etcétera se hacen con esas miras y no con, ¡válgame Dios, que mal pensados!, con la vista y el cacumen puestos en intereses particulares, partidistas, electoreros y cosas así. No, qué va, como España va bien y crece más que nadie y prospera sin límites y no se atisban nubarrones en el horizonte, pues a mantener todo igual, a jugar a la defensiva, a poner el autobús bajo palos.

A juzgar por lo que cuentan los expertos en nombres, trayectorias, talentos y demás de los ya ministros, no parece que Rajoy haya formado un gabinete con peso político y con capacidad para salir airoso de los duros trances que nos aguardan a todos. El primero, llegar a acuerdos con otras fuerzas para que la legislatura no sea un potro de tortura y la antesala de otras elecciones anticipadas. Ojalá se equivoquen los agoreros, pero? Elevemos preces al altísimo.