Se sucede a sí mismo, Rajoy, con el nuevo Gobierno apuntando en igual línea política, o al menos eso es lo que hacen prever sus escasos cambios. Ninguna novedad, pues, aunque justamente eso, el puro continuismo, sin más, era lo que se esperaba, pues de ninguna manera cabía confiar en las promesas y mansos ofrecimientos de la sesión de investidura del líder del PP. Los cinco años pasados en Moncloa avalan su línea de conducta. Hasta sus socios de Ciudadanos aseguran que no se fían demasiado de los cumplimientos del pacto y que vigilarán todos sus pasos. Los otros, PSOE y Podemos, se encogen de hombros, con los socialistas reiterando la imposibilidad de diálogo y su firme oposición.

Han sido unos retoques, unos parches, el cubrir las ausencias producidas con anterioridad cuando el Ejecutivo se mantenía en funciones, y dar puerta, finalmente, a los ministros más desgastados, cuya permanencia ya se hacía prácticamente imposible, como sucedía con los que habían sido titulares de Interior y Asuntos Exteriores. También se ha ido Morenés, el ministro de Defensa, cargo en el que le releva la inquietante Cospedal, la secretaria general del PP, una baza con la que ya se contaba. No es una cartera con especial peso político, por lo que más que otra cosa parece un premio de Rajoy. Más importantes son los nombramientos del exjuez Zoido, exalcalde de Sevilla, considerado uno de los halcones del partido, que sustituye a Fernández Díaz, y del diplomático de carrera Alfonso Dastis para la cooperación exterior. Otro alcalde, este en ejercicio, el de Santander, De la Serna, se encargará de Fomento, y el que era director de la Oficina Económica de la presidencia del Gobierno, Álvaro Nadal, un fijo en todas las quinielas, pasa a ser ministro de Energías, con la catalana Dolors Montserrat cerrando la lista en Sanidad, Asuntos Sociales e Igualdad. Aunque había otros nombres que se barajaban, entre ellos alguno de los jóvenes incluidos en la cúpula del partido, dentro del equipo de Rajoy, tendrán que esperar mejor ocasión, si es que llega, dado lo poco propenso que es el presidente a introducir cambios y novedades, apostando siempre por la continuidad, como lo demuestra el mantener al resto del Gobierno, con los clásicos e inevitables Sáenz de Santamaría, Montoro, Guindos, Báñez y demás.

Lo que importa es que funcionen todos ellos, los de antes y los nuevos. Hay que darles el preceptivo margen de confianza, pero dárselo a Rajoy es mucho más difícil. Los retos que tienen por delante no admiten demora. Para empezar, Cataluña, con su desafío independentista, que sigue sin hacer caso del Tribunal Constitucional y mantiene íntegros sus propósitos, mientras Rajoy no ha sido capaz de dar otro paso que recurrir a la justicia para que le saque las castañas del fuego. Luego está lo de los 5.500 millones de euros que Bruselas impone recortar en los presupuestos del año próximo. ¿De dónde van a salir? El temor profundo es que vuelvan a recortarse los servicios básicos como sanidad y educación. O subir los impuestos, claro. Sin olvidar el gran tema pendiente: el apuntalamiento del sistema de pensiones. Pruebas de fuego para el nuevo Gobierno, al que hay que desear suerte, pues su suerte será la de todos.