Consumado y ya en marcha el Gobierno del PP, con la abstención del PSOE, y confirmado el fracaso del cambio que la sociedad demandaba, seguirá el país por la senda del bipartidismo alternativo al que se aferran como parásitos los dos principales partidos, que nunca han dejado de repartirse el poder. Pocos niegan hoy día la coincidencia de las esencias que unen a PP y PSOE, PSOE y PP, diferenciados en las palabras pero sospechosamente identificados en el fondo y la forma, como se acaba de comprobar. El cínico apoyo socialista a la investidura de Rajoy ha sido la prueba más evidente de cómo ambas formaciones prosiguen al servicio de unas oligarquías y élites que controlan igualmente los medios de difusión de carácter nacional, controlan toda España en realidad, formando una pinza férrea a la que nadie va a hacer ceder nunca, sobre todo teniendo en cuenta la dispersión de los votos.

Así, y dure el nuevo mandato de Rajoy lo que vaya a durar, incluso los cuatro años de la legislatura, el panorama se presenta ferozmente continuista, pues ya se sabe lo que PP y PSOE dan de sí y de no, dos partidos acomodados, fuera de la realidad, marcados por la mediocridad y la corrupción y transformados en marionetas de los poderes financieros a los que tanto deben. Y también porque se ha demostrado, tristemente, que no hay alternativa en los nuevos partidos, que han resultado a la postre una enorme decepción pese a las grandes expectativas despertadas, o por eso mismo. Podemos se ha convertido en un nido de extremistas de izquierda y grupos antisistema, echando por tierra con su radicalismo la mayor parte de las esperanzas que había generado en mucha gente, a la que han terminado asustando. Han enraizado todavía más ese sentimiento tan español de optar por lo malo conocido, o por lo menos malo. En cuanto a Ciudadanos, aunque ya se sabe bien en qué espectro político se mueve, sus constante cambios de criterio y sus actitudes descaradamente oportunistas le han llevado a perder credibilidad entre el electorado que lo ve, en parte, como un producto de marketing creado y financiado en defensa de intereses espurios y según convenga y sople el viento político y social.

De modo que el horizonte resulta tan limitado, entre unas y otras cosas, que los ojos vuelven a girar alrededor como náufragos en busca de tablas a las que asirse. Lo malo es que poco puede hallarse también dentro de su contexto. Alternativas posibles, en teoría, serían: Vox, por la derecha, y lo que queda de UPyD por el centro-izquierda. Pero los dos son partidos malditos para los que mandan y ordenan desde las sombras. Vox, que preconiza la vuelta al Estado centralizado, un inmenso ahorro, y una patada en el culo a tantos vividores de la política, necesita dinero para instaurar el partido en toda España y salir a competir con los demás. Y lo mismo sucede con UPyD, que debe volver pues abarca el ancho espacio de centro- izquierda, vacío ahora pero que cuenta con bastantes votantes potenciales, y contaría con más en el mapa político surgido. El problema es que a Vox y a UPyD los bancos no les dan ni agua. Para ellos no hay financiación alguna, en un cerco asfixiante que parece imposible de salvar.