Así tituló Alfred Hitchcock una de sus películas de suspense más logradas, con un Cary Grant actuando en estado de gracia.

La muerte es un tema omnipresente en el cine y domina en los guiones de la creación artística; no digamos la religión o la mitología.

El poema novelado más antiguo (s. VIII a. C.) de la cultura occidental: "La Ilíada", late con las dos pulsiones básicas de nuestro existir: el amor y la muerte. No en vano, dos palabras griegas buscó Sigmund Freud en su "Teoría del Psicoanálisis" para describir el péndulo de nuestras pasiones: "eros y thanatos": instintos básicos de unión o desintegración, tensión constructiva o pulsión desintegradora, unión amorosa o muerte-violencia.

Aquiles, el guerrero más destacado de "La Ilíada", luchaba con ventaja. Su madre le hizo casi inmortal sumergiéndole, al nacer, en la laguna Estigia. Metiéndole de cabeza, todo su cuerpo quedó invulnerable excepto el talón, que la madre asía, único punto mortal. Aprovechando esta ventaja y la velocidad de sus pies logró muchas victorias en la lucha cuerpo a cuerpo frente al enemigo. Destaca Homero, relator de la historia que contamos, la victoria del soldado de "los pies ligeros", sobre Héctor, príncipe-soldado, defensor de Troya: lugar de los enfrentamientos de los griegos, divididos en dos bandos, por culpa del rapto (con ayuda de los dioses ) de la bella Helena por parte de Paris, príncipe troyano.

Antes del ataque final, hubo desafíos y duelos memorables a los pies de las murallas; en uno de ellos cae vencido y muerto Patroclo, amigo y amante de Aquiles que jura vengarse de su matador, el mencionado Héctor. La narración de ese combate supera, a mi modo de ver, la intensidad dramática del duelo final de "Solo ante el peligro" o a las luchas extenuantes del "Espartaco" de Kubrick .

En mis años de estudiante de bachillerato, de Letras, tuvimos la suerte de que nuestros profesores maristas de Griego: Juan Capelo, ya fallecido, y Manuel Frade, se detuvieran con contagioso tono emocional en la lectura y traducción de aquél pasaje de "La Ilíada", del que han bebido ayer ("Romance del cerco de Zamora") y hoy las mejores narraciones de duelos tanto literarias como cinematográficas.

Troya, cercada, no devolvía a Helena y tampoco se entablaba la batalla en campo abierto. Antes de poder entrar en la ciudad amurallada, con la conocida treta del caballo de madera, aqueos y troyanos se desafiaban y bajaban a batirse en la arena de la playa frente a la ciudad sitiada.

Ya dijimos que en uno de esos combates muere Patroclo que al caer vencido bajo los pies de Héctor le recrimina: "No te alabes de mi muerte, orgulloso Héctor, que desarmado llegué a tus manos. Tampoco tú vivirás largo tiempo".

Leemos que Aquiles recibe la noticia de la muerte de su amigo "con un grito de dolor que estalla en su corazón". Quiere vengarse y reta a Héctor, que acepta batirse, pero hemos de escuchar antes la dramática súplica de su esposa, con el hijo en brazos, tratando de disuadirle del arriesgado y a la postre mortal enfrentamiento.

El proverbio antiguo: "El que a hierro mata, a hierro muere" se cumple en el desdichado Héctor, cuyo cadáver Aquiles arrastra con caballos, en torno a la tumba de su amigo.

Los profesores mencionados hacían ahora una modulación tonal pasando de la exaltación épica a subrayar la desolación del padre de Héctor reclamando el cadáver de su hijo al que ha visto perecer desde lo alto de las murallas de Troya.

"Apiádate de mí -le suplica a Aquiles- que por amor a Héctor he hecho lo que ningún otro hombre se atrevería a hacer en la tierra: besar las manos del matador de mi hijo".

Compadecido, Aquiles entrega el cadáver para que los troyanos, según costumbre, lo incineren en una pira y apaguen las llamas con vino, recogiendo luego los restos para darles sepultura.

Por otra parte, la muerte de Aquiles no se cuenta en "La Ilíada" sino en un libro posterior. No tardaron en hallarle el punto débil en el fatídico talón.

Con la muerte en los talones andamos todos desde que pusimos los pies en la tierra, aunque no podemos vivir con ese suspense perenne. Mientras tanto la vida nos mantiene ocupados en los diarios menesteres y, en estos días de noviembre, recordando con amor (eros) a nuestros muertos (thanatos).