Cuando ustedes lean estas líneas, ya tendremos presidente del Gobierno, ya se habrán disparado las quinielas sobre ministrables y posibles ministros, ya sabremos qué futuro se ha reservado para sí mismo Pedro Sánchez y ya estaremos cansados de ver las imágenes y oír las valoraciones sobre ese Rodea el Congreso que ahora resulta que ha sido convocado por gentes cercanas a Bildu, o sea demócratas en estado puro.

Sin embargo, cuando me pongo delante del ordenador para pergeñar este artículo, desconozco casi todo de cuanto ayer por la tarde estuvo en boca del personal. Y, entre mis virtudes, solo está la de adivinar el pasado. Lo de predecir el futuro, aunque haya muchas señales visibles, lo dejo para otros. Por tanto, conviene cogérsela con papel de fumar antes de opinar sobre lo que hoy es un notición pero ayer aún no se había producido. Lo que sí se puede es tratar de pulsar, exponer e interpretar lo que late en la sociedad tras estos diez meses de gobierno en funciones, dos investiduras fracasadas, una tercera que ha dejado a Rajoy en lo alto, ha destrozado al PSOE, ha servido para que Ciudadanos reclame su lugar bajo el sol y ha colocado a Podemos ante un espejo que le devuelve una imagen rara y bastante inquietante.

En estos trescientos y pico días hemos vivido la incertidumbre del primer resultado electoral, la sorpresa por la negativa de Rajoy a someterse a la investidura, la expectación por el acuerdo Sánchez-Rivera, el desenlace de aquel intento, el cabreo por la repetición de los comicios, la constatación de que el PP avanzaba mientras la izquierda se machacaba entre ella, el empeoramiento del problema catalán, el hartazgo porque todo seguía igual y se barruntaban terceras elecciones, la guerra civil socialista por la abstención y, por fin, la nueva entronización de don Mariano, que, sin apenas mover un dedo, ha salido a hombros por la puerta grande (o eso creen los suyos) mientras los demás se degüellan y se pelean por lo que, en política, son las migajas: el liderazgo de la oposición.

Hemos atravesado, con el ánimo decaído, por todas esas escenas y peripecias y ahora entramos en una nueva fase, que podríamos llamar "Pues, oye, ya veremos". Fue, precisamente, "veremos" una de las palabras más utilizadas por Rajoy el pasado jueves en las réplicas a los discursos de sus oponentes. Predecían catástrofes y cataclismos y el aspirante contestaba "veremos". Le auguraban desafecto de los votantes y fracasos electorales y don Mariano repetía "veremos". Le hablaban de fin del bipartidismo, del entierro del régimen nacido en la Transición, y don Tancredo, sin alterar la voz, casi impasible, aventuraba "veremos".

Y en esas estamos, en "veremos", vocablo que resume ese ambiente en el que uno no espera mucho pero tampoco alberga grandes temores; manifiesta cierta resignación mas no tira la toalla ni se apunta al negro. El "veremos" suele estar instalado en sociedades que han visto de todo, escaldadas por decepciones e incumplimientos, pero que han acabado por hacer suyos refranes como "de aquí a cien años, todos calvos", "siempre que ha llovido ha escampado" o "el tiempo todo lo cura". O sea, "veremos". No tiro cohetes porque ya me he llevado muchos revolcones, pero no cierro puertas ni me pego un tiro. Son sociedades que, tradicionalmente, han desconfiado de las autoridades, pero no han tenido más remedio que seguir sus órdenes o directrices. Y acaban haciendo lo que los juncos, que se doblan para resistir los vientos y las riadas. Y una de esas sociedades es la nuestra. Vieja, cargada de historia, con un alma que mezcla nobleza y recelo, hospitalaria, recia, remisa a determinados cambios, sufridora, suele mirar al porvenir con el espíritu con que el campesino analiza las tormentas de junio, pueden traer la lluvia benefactora o el granizo que destruye la cosecha. Ya veremos por dónde tira, dicen en mi pueblo.

Así que mañana a ver por dónde tira Rajoy con la composición de su gobierno, aunque no se esperan grandes sorpresas; a ver qué piezas mueven en el PSOE para que el daño no sea total; a ver si Podemos hace Política (con mayúsculas) o insiste en el teatro y el espectáculo tragicómico; a ver si Ciudadanos gira a derecha o a izquierda y a ver si el fin de la provisionalidad gubernamental supone el inicio de conversaciones en serio sobre Cataluña, si bien me parece que Puigdemont, Junqueras, Tardá y los CUP se han cerrado tanto que habrá que ponerlos al vapor para que se abran.

De modo que empieza un nuevo periodo histórico, otro más. En cuanto comiencen a emitirse los anuncios de turrones, cavas y juguetes, ya habremos olvidado lo del gobierno en funciones. La vida sigue. Veremos.