Hoy, tercera investidura, tras las fracasadas anteriormente de Sánchez y el mismo Rajoy, y como a la tercera va la vencida, esta vez el candidato del PP será investido presidente del Gobierno, después de casi un año en funciones en el cargo al que accediera con mayoría absoluta en 2011, lo que ahora se produce gracias a la abstención del PSOE y el apoyo explícito de Ciudadanos.

Cuando en la mañana del jueves pasado se abría en el Congreso el turno de réplica de los portavoces de los grupos parlamentarios, un Rajoy relajado y seguro de sí anunciaba que quedaba en suspenso, hasta lograr el acuerdo de todos los partidos, la aplicación de las reválidas que contempla la ley de educación del PP -esa Lomce que había sacado a la calle el día antes a miles de estudiantes en toda España a protestar- se pensó que, aunque cueste trabajo creerlo, la buena voluntad de quien va a ser presidente otra legislatura, o lo que dure, y de la que había hecho gala ofreciendo diálogo y pidiendo apoyos para un Gobierno sólido y estable, podía ser esta vez sincera, como lo demostraba con esa rápida concesión. El gozo duró poco, pues enseguida se recordó que tal congelación para este curso ya figuraba en la ley, aunque las palabras de Rajoy abren la posibilidad de ampliar la prórroga. Pero precisó, eso también, que ni va a reformar la Lomce, ni a modificar la reforma electoral.

O sea, el Rajoy de siempre, el de los últimos cinco años. Y eso es lo que se encargaron de echarle en cara los demás. Casi todos, con las excepciones de Ciudadanos, siempre dispuesto al sí, aunque presumiendo que vigilará los cumplimientos del presidente, y del PSOE, de cuyo portavoz, Antonio Hernando, apenas cabía esperar otra cosa que refugiarse bajo el paraguas y tratar de justificar a su partido y de justificarse él mismo, que un mes antes repetía sin cansarse "no es no". Echó mano el hombre de todos los tópicos manejados -el bien de España, la responsabilidad, etcétera- e incluso afirmó sin sonrojo que había llegado a la abstención por convicción. Pocos aplausos de los suyos.

Lo cual ha venido a dejar claro que, al menos de salida, parece que será Podemos quien liderará la oposición izquierdista, pese a los malos modos de Pablo Iglesias que volvió a armar el escándalo al asegurar que quienes estaban en el Congreso eran más delincuentes potenciales que los que estaban fuera. Arremetió contra el PSOE sin dejar títere con cabeza, sobre todo contra su vieja guardia, y exhibió una vez más un tono faltón y agresivo, ya conocido de actuaciones anteriores y que gusta mucho a los suyos. Claro que parece que obtuvo respuesta, según testimonios, pues Cospedal lo llamó "sinvergüenza", entre dientes, y Rivera, que el hombre no se pierde comba, farfulló algo así como "gilipollas".

La primera votación produjo los resultados esperados, por lo que será hoy cuando, sin mayoría absoluta, Rajoy quede investido y podrá ya formar Gobierno. Como se ha permitido la concentración para rodear el Congreso en expresión de protesta, se espera movida fuera, aunque es de desear que todo transcurra sin alteraciones ni violencia alguna. Tengamos la investidura en paz, al menos eso.