Los españoles somos diligentes en algunas cosas, en otras no tanto. Nuestros políticos, también. Aunque parezcan inactivos tras casi un año de aparente asueto, en poco menos de unas semanas han aprobado la Reforma de la Ley Electoral para que, en caso de nuevas elecciones, no tuviéramos que acudir a las urnas en Navidad. También, en 2011, Rodríguez Zapatero y Rajoy, en horas veinticuatro, reformaron la Carta Magna para incorporar el cumplimiento del déficit por mandato constitucional. Mayor diligencia, difícil. Ahora, si nada lo impide, lograrán formar Gobierno tras más de 300 días de intento. Eso sí, con el aviso ominoso de que el candidato designado por el rey para la investidura, Mariano Rajoy, no va a disponer de una mayoría estable que lo apoye, sino que tendrá que ganarse día a día esa estabilidad a la que aspira, entre broncas, desplantes e injurias.

Advertida de nuestra parsimonia, la Comisión Europea envió a principios de semana una carta a España para que "tan pronto como sea posible" apruebe un nuevo presupuesto que corrija las cuentas públicas para 2017 con un recorte del 0,5% del PIB, es decir 5.500 millones de euros. Sabiendo que esta medida no la puede tomar un Gobierno en funciones, le pide al nuevo Ejecutivo con plenas competencias que corrija el presupuesto enviado el 15 de octubre y ajuste las cuentas para cumplir con el objetivo del déficit.

Consciente de la minoría parlamentaria con la que cuenta, en el debate de investidura Rajoy ofreció a sus posibles socios su total disposición al acuerdo para abordar las reformas pertinentes, sin "correr el riesgo de que se tuerza el rumbo y se malogren los titánicos esfuerzos que han hecho los españoles para representar una historia de éxito que todos reconocen". Pero el camino que con humildad y diálogo se propone recorrer está sembrado de espinas y trampas, porque a la competencia del PSOE y Podemos por alzarse con la radicalidad de la oposición, se une la conjura de los independentistas por liquidar la unidad de España y la igualdad de los españoles.

El jueves tuvimos una muestra de lo que dará de sí esta procelosa y atrabiliaria legislatura. Casi arrepentido, Antonio Hernando, el portavoz socialista, anunció la abstención de su grupo para salir del bloqueo y acabar con los meses de parálisis. "No nos gusta usted, ni nos gustan sus políticas, pero sí nos gusta España -dijo-. España nos necesita". No ya desazón, pero sí desconfianza, manifestó Rivera, el aliado con el que firmó las 150 medidas para el apoyo a la anterior investidura, que Rajoy se compromete a respetar. "Si usted no cumple, esto va a durar muy poco", le dijo. Mas el tono crispado y pendenciero lo adelantó Iglesias, que no solo denigró las políticas de su Gobierno y tildó de gregarios y faltos de principios a los socialistas (con argumento robado), sino que puso en solfa el honor del resto de sus señorías, previo al abandono del escaño: "En esta Cámara hay más delincuentes potenciales que afuera". Cree el líder de Podemos que con insolencias, infamias y desplantes representa el genuino sentir de la calle, pero la calle también es de los que reclaman reformas sin tirar piedras ni romper escaparates. Tampoco defraudó el portavoz de ERC. Como una salmodia cansina, Tardà reiteró arrogante la conculcación de las leyes y la desobediencia a los tribunales que vienen practicando los actuales gobernantes de Cataluña: "Habrá referéndum -dijo-. Lo permitan o no. Si inhabilitan a Forcadell, al instante el Parlament la ratificará en su puesto". Y Homs, que hace una semana advertía que haría todo lo posible para convertir la XII Legislatura en "un calvario" para Rajoy, no se anduvo con remilgos: "Son ustedes los que rompen puentes y mienten. Han mentido cada que se han puesto en la boca la palabra diálogo".

Aciago panorama al que Rajoy se enfrenta, y encomiable su valentía. No solo deberá regenerar su partido y negociar hasta la extenuación "ley a ley e iniciativa a iniciativa" con unos aliados antagónicos y recelosos, sino que tendrá que abordar reformas que nunca creyó necesarias ni convenientes ante una oposición arriscada, secesionista y antisistema. Todos pudimos comprobar sus dotes de parlamentario y su capacidad para sortear con elegancia los sofismas de sus enemigos. Pero la responsabilidad del fracaso o éxito de esta legislatura no solo a él corresponde. Es hora de políticos de Estado que estén a la altura de los retos del presente, y por más que se aguce la vista no parecen abundar entre sus señorías caobas ni cedros.