En La Alhóndiga, el afamado cineasta Carlos Saura expone una serie de instantáneas de los años cincuenta, cuando la España rural que nos vio nacer era casi la misma en la que nacieron nuestros abuelos y bisabuelos... Lo que se nos muestra es algo así como fotogramas de una película muda, con la ventaja de que a quienes nacimos por entonces nos suena dentro el guión de los diálogos no escritos y la banda de música en sordina. Es la España que fue, pero no se ha ido, a no ser que neguemos las raíces invisibles

"El tiempo es una nube de vida inasible entre las manos", digo yo, y cuando Saura retrató la España nuestra todo era manual, hasta su cámara. Las manos encalaban esas paredes que con tanto arte fotografió; roturaban los campos del pan, que a su vez se amasaba en los hogares tal que un rito eucarístico de alimento y sacrificio. Es la España de Machado y de Miguel Hernández, de Cela, de Delibes y la de Claudio Rodríguez , con ese poema insuperable: "A una pared de adobe".

Tocante a nuestra región, Saura se detiene en Sanabria donde antes que la riada del pantano se llevase a todos los protagonistas (según anotación del autor) la miseria ya inundaba vidas y haciendas. El famoso documental de Buñuel sobre Las Hurdes tenía su correlato en Sanabria. Faltaba la película. Otro cineasta aragonés retrata a gentes y paisajes como nunca estarán ya incardinados, para bien o para mal. Ahí estamos: nuestra faz es la dura tierra de caminos que se pierden en el horizonte, la piel tiene la blandura y el color de una pared de adobe. Son las señas de identidad que aunque cambiemos de sitio y de paisaje, las llevamos grabadas -con orgullo- en el disco duro del alma.

Siempre se agradece que alguien nos recuerde de dónde venimos, ahora que nadie nos aclara a dónde vamos. Yo, de niño, tenía llena la agenda nada más levantarme. Raro era el día en que mi madre no me encargaba recados. A por agua, a la fuente, con el cántaro; a traer la leche de las ovejas; al molino con el burro; a llevar a la escuela a mis hermanos... No voy a detallar la agenda de mis padres, con el único punto del día: trabajar de sol a sol. Por entonces, nuestra gente no veía otro futuro que el presente incierto del campo, con la amenaza de los opuestos: la sequía y el pedrisco. Entretanto, el tiempo se consumía como una hornada, discurría como el agua de la fuente y florecía en los campos a base de arar como se venía haciendo desde tiempo inmemorial. Este panorama del ayer heroico nos lo muestra troquelado Saura en miradas tanto más estéticas cuanto impactantes.

Antes de que el trillo fuese pieza de museo, él fue a retratarlo en pleno uso. Cuando era el tiempo de echarse la manta a la cabeza para protegerse del frío tempranero, Saura sale al campo a sacarle el negativo al aire del invierno. "Vientos del pueblo me llevan, vientos del pueblo me arrastran...".

Déjense llevar a esta exposición fotográfica que, nunca mejor dicho, no tiene desperdicio.