En realidad, este artículo tendría que reducirse a una sola frase: ¡Ay, libertad, libertad, cuántas barbaridades se hacen en tu nombre! Y dejarlo ahí para que cada cual saque sus propias conclusiones y se aplique el cuento. Pero creo que no estorba añadir algunos párrafos más, sobre todo en estos tiempos en los que parece que algunos estaban haciendo del cuerpo cuando Dios repartió entre los mortales la tolerancia y el respeto. Y, claro, no pillaron nada y se ven obligados a tirar de sucedáneos o a tratar de retorcer palabras y argumentos para justificar su postura.

Dos de los vocablos y conceptos más utilizados, y casi desgastados por el uso, son precisamente libertad de expresión y democracia. Si alguien no piensa como yo, no es demócrata y, por tanto, conviene reducir su libertad de expresión. Sin embargo, si yo insulto, miento, estoy usando mi libertad de expresión y, por eso, tengo derecho a poner a parir al prójimo, a dudar de leyes democráticamente aprobadas (cosa distinta es si me parecen justas o injustas) y a asegurar que no cumpliré normas o sentencias judiciales, por poner solo algunos ejemplos de los muchos que vamos conociendo estos días. De modo que la libertad y la democracia, los grandes pilares del Estado de Derecho, se convierten así en la famosa tripa de Jorge, la que se estira y se encoge a gusto del consumidor. Y no importa caer en la contradicción, en la falsedad o en la ley del embudo. Vale todo. Nadie se responsabiliza de las salvajadas o tonterías dichas antier, de los actos perpetrados ayer o de las condenas o apoyos lanzadas esta misma mañana. Si cambia el viento, cambian mis principios y punto. Y el que venga detrás que arree.

Creo que no soy el único que viene haciéndose estas reflexiones. Ni tampoco el único que las ha visto acentuadas por acontecimientos recientes, desde el menosprecio y el anuncio de incumplimientos de cargos institucionales de Cataluña a sentencias adversas del Tribunal Constitucional hasta el deprimente y fascista espectáculo de los doscientos jóvenes ¿estudiantes? boicoteando en un recinto universitario una conferencia-entrevista de Felipe González y Juan Luis Cebrián. Reconozco que esta última felonía me afectó en lo personal.

Y lo explico. El acto iba a celebrarse en el aula Francisco Tomás y Valiente, bautizada así en memoria del jurista y catedrático asesinado por ETA en ese mismo recinto en 1996. Un pistolero le descerrajó varios tiros en la cabeza cuando el expresidente del Constitucional se hallaba en su despacho. Al día siguiente hubo una manifestación de repulsa en Madrid encabezada por Felipe González y José María Aznar, por entonces líder de la oposición. Asistí a aquel acto y fui, como cientos de miles más, de los que gritó "Vascos sí, ETA no", consigna nacida en aquella fría noche madrileña. Diez años antes tuve el honor de presentar a Tomás y Valiente en una conferencia que impartió en Valladolid sobre la Constitución de 1978 y sus valores. Para preparar la intervención, estudié su biografía y su obra y descubrí a un hombre sabio, justo, cabal y dialogante.

Pues bien, algunos de los que impidieron el acto de Felipe González y Cebrián portaban carteles de apoyo a los presos de ETA (¿también al que mató a Tomás y Valiente?) y pedían su vuelta "a casa" en pancartas similares a las que se pueden ver en sedes de Batasuna, Bildu, Sortu o como se llamen ahora, en las manifestaciones abertzales y en las Herriko tabernas. ¡Ah, también podía leerse "Fuera asesinos de la Universidad". Y uno se acordaba de Tomás y Valiente, de su lucha por el consenso y la tolerancia, de su vil asesinato y le sangraba el alma. ¿Sabría alguno de esos "demócratas" que impidieron el acto quién fue Tomás y Valiente?, ¿sabría que quizás esté reclamando la "vuelta a casa" de quién dio la orden de matarlo o de quien la ejecutó?

Fue una horrible paradoja ver lo que se vio y oír lo que se oyó al lado de un aula llamada Francisco Tomás y Valiente. Sin embargo, Pablo Iglesias, demócrata donde los haya, no condenó el boicoteo ni reparó en su significado. Tal vez no le gustaron las formas (las hay, claro, más exquisitas), pero se trató de una mera protesta estudiantil que demuestra, vino a decir, que la universidad sigue viva. O sea, que no dejar hablar a González y Cebrián y privar de su charla a las personas que fueron a escucharlos es un ejercicio de democracia y de libertad de expresión. Los del boicot, los insultos, los intentos de entrar en el recinto y los amagos de agresión tenían todo el derecho a la libertad de expresión. Felipe González y Cebrián, no. ¿Quién reparte el carné de demócrata?, ¿quién el salvoconducto para ejercer la libertad de expresión? Y estamos hablando del siglo XXI y de un país moderno y miembro de la Unión Europea. ¿Alguien pensó hace años que, en 2016, podíamos llegar a esta sinrazón?

Y, ojo, que parece que no existe propósito de la enmienda. Para mí, libertad de expresión; los demás, que se callen.