De un tiempo a esta parte los partidos políticos colocan en los primeros lugares de sus listas a gente muy joven, tanto para dirigirlos como para concurrir a las elecciones. Jóvenes son los líderes que nos proponen para gobernar España, jóvenes quienes danzan de un plató a otro de televisión vendiéndonos la burra. La cosa viene de la época del presidente Zapatero, cuando catapultó a dirigir ministerios a gente muy joven, alguno o alguna sin más mérito que haber dado clases de flamenco en la Junta de Andalucía, que se permitían la licencia de llamar "abuelito" al ministro Solbes, que era el único que, además de saber de economía, tenía experiencia en ser ministro, y al que cuando insistió en decirles que no se podían dilapidar más recursos, le apartaron del Gobierno de un zapatazo. Excepto Rajoy, acosado por los innumerables escándalos de corrupción de su partido, que no es un ejemplo a seguir, jóvenes son los actuales candidatos o excandidatos a dirigir el país, así Albert Rivera tiene 36 años, Pablo Iglesias 38, Alberto Garzón 31 y Pedro Sánchez 44 años.

Si echamos un vistazo a nuestro alrededor observaremos que los gobernantes de los países occidentales son todos talluditos, así en Francia François Hollande tiene 62 años, los mismos que la alemana Angela Merkel y que la inglesa Theresa May, nuestros vecinos los portugueses tienen un presidente de 55 años de nombre António Costa. Si cruzamos el Atlántico veremos que la demócrata Hillary Clinton aspira a ser presidenta de los EE UU con 69 tacos, en competencia con el republicano Donald Trump que cuenta con 70. Pero claro, se trata de países deprimidos y subdesarrollados, no como el nuestro que puede presumir de tener tres millones de parados, otros tantos viviendo bajo el nivel de la pobreza y no se sabe cuántos jóvenes que han tenido que emigrar en busca de las habichuelas. A más a más, los dirigentes de los países que nos rodean apenas tienen antecedentes democráticos, así Francia no hizo una revolución en 1789, Inglaterra no cortó sus vínculos con el Vaticano en el siglo XVI y los yanquis no ganaron su guerra de independencia en 1776, en aquellos años en los que nosotros aún defendíamos aquella Santa Inquisición, que nos duró hasta 1812 en que fue abolida por las Cortes de Cádiz.

Si nos fijamos en los países con mayor desarrollo social y económico de Europa, que siempre ponemos como ejemplo, veríamos más de lo mismo, así en Suecia Stefan Löfven tiene 59 años, Erna Solberg gobierna en Noruega con 55 años y Sauli Väinämö en Finlandia anda por los 68 años.

El hecho de que las principales potencias del mundo estén gobernadas por personas con experiencia no debe ser casualidad, ni tampoco imposición del sistema o de los sistemas políticos de determinados países, sino algo al que se llega aplicando el sentido común, el entendimiento y la lógica, porque si se ignora la historia, y los hechos más relevantes ocurridos a lo largo de los años, se corre el riesgo de repetir errores, ya que nadie nace enseñado.

La juventud no solo es buena, sino también necesaria para emprender cualquier obra, para iniciar cualquier aventura, también la de la política, porque cuando se llega a determinada edad lo más fácil es hacerse acomodaticio y lo que no sea renovarse con savia nueva puede hacer peligrar al sistema. Pero de eso a dejar todo en manos de la juventud para que sea esta quien mueva los hilos del telar, media un buen tramo que se debería rellenar, de manera que se haga posible que coexistan la osadía y la seguridad, las nuevas ideas y la experiencia.

De hecho, las comunidades autónomas de mayor peso en España están gobernadas por personas comprendidas entre los 50 y los 60 años (Cifuentes 52, Puigdemont 54, Urkullu 55, Herrera 60, Feijóo 55, Puig 57) de lo que podría deducirse que en España se necesita contar con mucho menos experiencia para gobernar el conjunto del país que cualquiera de sus autonomías. Bien es cierto que se da la paradoja de que, a la hora de la verdad, cuando necesitamos que nos atienda un médico prefiramos a uno experto, con un montón de enfermos que hayan pasado antes por su consulta, que a otro recién salido de la facultad. ¿Pues, entonces, si pensamos así, por qué no hacemos lo mismo con quienes manejan o pretenden manejar la marcha de nuestro país?