En el corazón de Sayago en la Castilla profunda se encuentra Roelos, pueblecito que no conocía a pesar de haber recorrido esta hermosa comarca sayaguesa en varias ocasiones. Decir Sayago es decir naturaleza que nos deleita con mil parajes diferentes en una tierra agreste y dura, pero de gran belleza.

He visitado Roelos en dos ocasiones y en estancias cortas, pero suficientes para percibir la sensibilidad de sus gentes. Personas que, a pesar de la sangrienta despoblación que sufren nuestros pueblos, se afanan con valentía (tal vez huella de los romanos que poblaron esta comarca) con los medios que tienen a su alcance, intentando preservar su idiosincrasia, mostrando sus costumbres y sus tradiciones. En su generosidad hacen que el visitante se sienta como en casa. Algo muy de agradecer, en tiempos de una sociedad convulsa y en general deshumanizada. En mi viaje hasta Roelos he atravesado colinas redondas y ondulantes, cortinas de impecable trazado y me han acompañado robles, encinas, tomillo y jaras de una hermosura espectacular. Ante esta bella estampa recordé el poema del gran Lope de Vega: "A mis soledades voy, de mis soledades vengo" que parecía haber sido escrito para estos parajes.

Justo es reseñar aunque de forma breve: La plaza de forma irregular pero con mucho encanto. Se encuentra flanqueada por una majestuosa iglesia y por el ayuntamiento. Este se alberga en un edificio bonito y armónico: las cuatro columnas que desde la planta baja lo sustentan le prestan un aire elegante y hasta altivo. En su parte alta luce un magnífico reloj; sus potentes campanadas emiten un sonido limpio, que a la manera de nexo arropa a todos los roelanos/as; como si fuese un vigía servicial que marcara el paso del tiempo. La cadencia de sus campanadas meció mi sueño en Roelos y me sentí una privilegiada por ello.

Seguí avanzando en mi paseo y a pocos metros encontré la residencia de mayores, cuya estructura difería mucho de otras que yo conocía. Este edificio estaba rodeado de jardines y espacios abiertos, que daban un aire cálido y favorecedor para la vida de los residentes. Su nombre, La Natividad, me pareció muy bonito; porque si bien nuestra vida transcurre entre el alba y el ocaso este nombre encerraba, creo yo, toda una declaración de intenciones: nacimiento, esperanza, origen? orígenes de los nuestros que nunca deberíamos olvidar. Justo enfrente, una fila de bancos y árboles aguardaban el descanso del viajero.

Crucé la carretera y llegué a la pequeña, coqueta y muy bien cuidada piscina. En su recinto no faltaban juegos para mayores y pequeños. Antes de entrar me sorprendió un jardín-merendero bello y peculiar con grandes mesas y asientos de piedra, a los que daba reconfortante sombra un techo vegetal de intensos verdes. Justo al lado se encontraba el recuerdo a la memoria del sacerdote fallecido, inequívoca muestra de la sensibilidad de un pueblo.

El Corralito, acogedor y genuino con las piedras adheridas unas a otras en perfecta armonía, como si se tratase de un ejército bien disciplinado. Apareció ante mí como escondido para luego dar paso a un espacio diáfano capaz de reunir a foráneos y lugareños, que cordialmente departían ante un buen vino del lugar o una partida de cartas. Su terraza exterior pequeña y bien aprovechada también tenía su encanto. En mi segunda visita disfruté de la fiesta del Ofertorio. Esta fiesta religiosa y también popular se celebra el día de Nuestra Señora del Rosario a la que el pueblo profesa una gran devoción. La animación del sábado ya indicaba que los roelanos/as, acudían desde los distintos puntos de la geografía a honrar a su virgen y a reencontrase con sus paisanos. Por la noche y bajo el pórtico del ayuntamiento se sirvió para todos un refrigerio (escabeche y vino), si bien mi percepción fue que el objetivo fundamental consistía en facilitar la socialización de los vecinos en una noche clara y preciosa, hecha a la medida para la ocasión. Mientras, el bullicio y alegría de los niños correteando felices, ponían un punto más de vida y color al reencuentro. A continuación, en el teatro se proyectaron unos documentales muy interesantes sobre vivencias, costumbres e historias de pueblos muy cercanos, también pudimos ver otro sobre el pueblo de Argusino, un hecho aún muy vivo (a pesar del tiempo transcurrido), que late profundamente en el corazón de los sayagueses. Los que asistieron a la proyección permanecieron atentos y muy sensibilizados con lo que el documental mostraba. El domingo se celebró la misa en su majestuosa iglesia, con un retablo barroco de gran belleza. Arriba, en su camerino, la imagen de la Virgen con el Niño proyectaba tranquilidad y dulzura. A mediodía la corporación municipal ofreció para todos una comida popular donde mayores, menos mayores, jóvenes y niños disfrutaban del reencuentro y "se ponían al día" de lo último que les había acontecido. Una orquesta amenizó la comida que transcurrió bajo un cielo claro y soleado. Por la tarde se celebró el Ofertorio. Procesionaba la Virgen con cuantos quisieron acompañarla en su recorrido y después se procedió a la subasta del bollo maimón.

Pido disculpas por las inexactitudes que este escrito pueda contener. Pero volveré a este pueblo, que muchos debieran conocer y espero saber más cosas de Roelos, para que mis apreciaciones sean más acertadas. Conocí a algunas entrañables personas que poseían gran cantidad de vivencias e historias muy interesantes que me contaron. Son estas gentes las que, sin ser conscientes de ello, hacen de forma brillante, aunque sencilla, que la tradición oral sirva para que la memoria colectiva permanezca.

Antes de regresar a mi ciudad, he sentido la necesidad de pasear por sus calles impolutas de un tranquilizador silencio, detenerme ante sus casas de piedra, muchas de ellas ahora mudas, pero protagonistas del paso del tiempo, que esperan como las amantes fieles a que el bullicio de los que están fuera las vuelva a inundar. Me alejo físicamente pero en mi retina llevo, entre otras cosas, la belleza de sus alrededores, la elegancia de sus casas de piedra y el colorido de sus campos. Y en mi corazón, la gratitud por haber conocido un pueblo hospitalario y cercano.

En el retorno atravesé de nuevo campos de tomillo, romero, jaras y encinas de caprichosas formas, que jugaban a esconderse entre las peñas graníticas. Y en esta partida, una coplilla sayaguesa entre ingenua y pícara, resonó en mis oídos:

Esta sí que es moza y no la pasada

Esta sí que es moza y no la de ayer

Esta sí que es moza, que lleva el clavel.

María Agustina García Sánchez