En la boda de la hija de Aznar, en El Escorial, con televisión en directo incluida, llamó la atención, pese a que la crema de la crema de la época, la nueva alta sociedad, lucía sus mejores galas para asistir al acontecimiento, el vestido de una señora que resultó ser la esposa de un tal Correa, uno de los tantos invitado por su cercanía al ámbito del PP, y que según se supo luego costaba 4.000 euros, eso sí pagados a costa del erario público, como al final se supo. La tal señora ha pedido ahora el divorcio del principal -que se sepa- inculpado del escándalo Gürtel y le reclama 4.500 euros al mes pues, aduce, paga de alquiler 1.500 euros por un chalé en una lujosa urbanización y 1.000 por el colegio privado de la hija en común, con lo que solo le restarían otros 2.000 para atender al mantenimiento de la familia. Su antiguo marido tiene millones en Suiza, como él mismo ha reconocido, y ella lo sabe.

Así de bien siguen viviendo y vivirán siempre los corruptos, acostumbrados al lujo máximo costeado con dinero no ganado con el sudor de su frente sino producto de su falta total de escrúpulos y de honradez, jugando con la condición humana y la sociedad nihilista de los tiempos. Nunca hubo en España tanta corrupción, por más que se empeñen algunos en recordar épocas pasadas. La corrupción es algo que se ha introducido profundamente en la mayor parte del tejido que conforma los partidos y ha ido extendiéndose cada vez más sin límites ni freno dada su casi absoluta impunidad por parte de los poderes establecidos. Mucho es lo descubierto pero seguro que es aún mucho más lo que falta por descubrir y lo que nunca se descubrirá. No es creíble que toda esta trama mafiosa fuese solo cosa de Correa y algunos colaboradores sino que alguien tenía que estar por encima y al tanto de lo que allí estaba sucediendo, igual que lo sabía el tesorero, Bárcenas, y demuestran sus cuentas en Suiza y paraísos fiscales. El jefe de la banda afirma que la sede del PP era como su casa, puede que también el centro de operaciones en el que se fraguaban las adjudicaciones de grandes obras públicas a cambio de grandes comisiones que iban a bolsillos particulares, a la contabilidad B, o a los sobres que se repartían.

Hasta ahí ha contado el cabecilla de la trama, a la espera de lo que diga Bárcenas, aunque se supone que, igualmente, sean unas declaraciones a la medida, concertadas previamente, tirando de la manta pero sin descubrir vergüenzas. Cuando llegó Rajoy se acabó la corrupción, ha venido a precisarse en el primer juicio de la Gürtel, porque habrá más, pero aunque la corrupción se acabase en Madrid continuó en grado sumo en la Valencia gobernada por el PP, y en todo caso, Rajoy ocupó altos cargos en el Gobierno de Aznar, incluso la vicepresidencia. Es impensable que esto pudiera haber sucedido en otro país y que aún se pensase en que ese mismo partido, manchado por tanta corrupción, pudiese seguir gobernando. Obviamente, España es diferente. Tanto, que Rajoy podrá seguir al frente del Ejecutivo de la nación gracias al PSOE, el otro lado oscuro del bipartidismo, con sus corruptos de Andalucía, ahora roto por el grave cisma de los socialistas que apoyan con la abstención la continuidad de la situación.