La noticia del niño, seriamente enfermo, que quiere ser torero ha provocado reacciones que no vamos a comentar aquí por su despiadado tono. Los niños no saben lo que quieren, se suele escuchar. ¿Y lo sabemos los padres? Que un niño "empitonado" por la enfermedad quiera ser torero causa escándalo. (No sabe lo que quiere)

Vayamos afinando: Los padres de Mozart creían saber lo que quería su hijito desde su más tierna infancia cuando prefería el piano a los peluches. El niño Wolfgang fue un genio musical prematuro al que junto a su hermanita María Anna (que también lo era) exhibieron sus padres, viajando en diligencia, por Europa, excepto España, por caminos insufribles de largos trayectos, con frío e incomodidades que no querían para sí ni los bandoleros de la época. El virtuosismo de aquellos infantes con la música se convirtió en algo tan expuesto como un niño novillero. Cargaron también prematuramente con enfermedades que cogieron en los viajes agotadores con los inconvenientes descritos. El niño siguió los caminos de la música tanto por los pentagramas como por las carreteras y la hermana los del ama de casa.

Mozart no murió de éxito, tampoco de hambre, aunque hoy comen muchos de su genialidad que, en vida, apenas le daba para encender la estufa -ojito con los inviernos de Viena-. La parca le llamó a su lado cuando la estaba rondando con el famoso "Requiem".

La hermana, que pudo entrar, como él, en la historia de la Música, no salió de su casa más que cuando le convino y murió un 29 de octubre a los 78 años; su deslumbrante hermano a los 35, solo y haciendo horas extraordinarias en la cama, componiendo enfermo hasta el último resuello.

Beethoven fue otro genio empujado por su padre a ponerse obligatoriamente ante los "cuernos" del piano matando muchas horas de sol y juegos, que más tarde supo aprovechar.

Nuestro gran poeta Miguel Hernández fue un niño esclavo del campo pero listo como un ajo, empeñado en estudiar. Tenía cualidades pero sus padres le sacaron de un colegio de jesuitas y lo pusieron a cuidar cabras.

San Francisco Javier, "el divino impaciente", uno de los primeros de la Compañía de Jesús, no quiso despedirse de su familia cuando emprendió viaje de misión. Ahora la familia jesuítica peregrina cada año al castillo familiar de Javier, en Navarra.

En los tiempos de hoy, peregrinamos a Salzburgo, patria chica de Mozart, tan ingrata, en vida, con su músico-prodigio; mandamos a paseo nuestras tensiones con el "Claro de luna" de Beethoven, y nos dejamos las pestañas con la sublime poesía de Miguel Hernández, al que se le dejó morir enfermo en una cárcel.

La vida es un combate, llegó a escribir san Pablo, pensando seguramente en los gladiadores.

La vida, pienso yo, es una lidia aun cuando se prohíban los toros. Nadie nos librará de las cornadas. Lo que asusta es que nos embista tan pronto.