S i se creía que tras otorgar el Nobel de la Paz hace unos años al presidente Obama cuando acababa de posesionarse casi del cargo podría ser la culminación de las polémicas que habitualmente despierta la Academia sueca con concesiones que se consideran disparatadas por mucho que se respeten, lo ocurrido ahora con el premio de Literatura a Bob Dylan está batiendo récords, con opiniones para todos los gustos, en favor y en contra, desde quienes lo consideran una manifiesta injusticia a quienes creen que es un merecido galardón a una encomiable labor de décadas.

Sí, pero no. La distinción se ha concedido en razón a que muchos de los versos de sus canciones son considerados por el jurado como la muestra de un poeta extraordinario. Hay poesía magnífica, de corte social y político, pero esencialmente humano, en lo que se dice, algunas veces y por algunos autores, o cantautores más exactamente, caso de Dylan, cuando se expresan a través de la canción. Ahí está el canadiense Leonard Cohen, también judío y con 82 años, y más cerca, en España, Joaquín Sabina, un poeta extraordinario, con varios libros publicados. De modo que por ese lado puede aceptarse el razonamiento esgrimido. Otra cosa es si la obra de Dylan es para tanto.

Se le empezó a conocer, al menos en España como en el resto del mundo, en los años 60, cuando Estados Unidos bullía y se crispaba ante la rebelión a pie de calle de la población negra que reclamaba sus derechos civiles mientras el país sufría en Vietnam el gran desastre militar de su historia. Dylan, como Joan Baez, el otro gran mito de la época, se unió y cantó en la gran marcha hacia Washington cuando el asesinato de Luther King y pasó a ser un símbolo de la canción protesta. Eran, en nuestro país, los tiempos de Serrat cantando a Antonio Machado, que escuchaba con reverencia mucha juventud de la época al arrullo del whisky autóctono o de la marihuana llegada del moro.

Después de la canción protesta, y tras una década siguiente de transición, Dylan volvió a sus orígenes, al folk, al country, para pasar por el blues hasta llegar al rock y y ubicarse por largos años en el pop. Tiene todos los premios musicales posibles y aun otros imposibles, y mantiene a sus 75 años un ritmo de cerca de 100 conciertos anuales. Muchos méritos, sí, suficientes para justificar cualquier premio o distinción. Pero, el Nobel de Literatura parece como muy demasiado, parece una pasada, sin más. Este galardón, en concreto, junto con el de la Paz resulta el más dado siempre a la polémica. Y si el Nobel al presidente de Colombia por sus esfuerzos de pacificación con la guerrilla terrorista de las FARC es merecido, con el de Dylan se ha armado un jaleo mayúsculo.

Porque esta concesión deja sin el Nobel, un año más, a magníficos escritores, consagrados novelistas, como está siendo el caso del norteamericano Philip Roth, autor de la excepcional "Pastoral americana", que a sus 83 años ya no podrá esperar mucho más, aunque siempre quede la esperanza, o del japonés Murakami, un gran autor que lleva, igualmente, años y años aguardando la distinción sueca.