Es muy gratificante escuchar el nombre de Castilla y León cuando estás fuera de España. Pero, además, hacerlo en el contexto de la cena de clausura de una convención empresarial en Miami (Estados Unidos) ante más de 1.500 personas, muchas de ellas de gran influencia económica en ese país, resulta emocional y satisfactorio. Por momentos, el orgullo por lo propio sube y casi dan ganas de gritar a los cuatro vientos que, ciertamente, las cosas que aquí se producen son sinónimo de calidad y confianza. Y, permítanme, que a esos dos aspectos en concreto -a la calidad y a la confianza- apele cuando hablamos de internacionalización y de la fortaleza exportadora de la comunidad, la que más crece en el conjunto de España.

Hasta allí, hasta Miami, uno de los principales puntos de entrada para el mercado americano y latino, se han trasladado esta semana un grupo de empresarios de Castilla y León con el ánimo de dar a conocer sus productos y abrir nuevas relaciones comerciales. No seré yo quien juzgue la efectividad o no de esa iniciativa, pero, si tengo que trazar una línea a modo de resumen, diré sin miedo al equívoco que el esfuerzo ha merecido la pena y los resultados se traducirán más pronto que tarde en sus respectivas cuentas de explotación. Esos empresarios de la tierra, representantes del sector del vino, del cárnico, de la transformación y del queso, principalmente, son ejemplo de lo que creo que hay que hacer. Los castellanos y leoneses que han incrementado sus contactos estos días en tierras americanas son, sin duda, una de esas puntas del iceberg de la creciente industria agroalimentaria de Castilla y León. Pero constituyen también la mejor visualización del modelo de trabajo que requieren los procesos de internacionalización de los que tantas veces escuchamos en los foros más locales, donde la palabra eclipsa a veces a los propios hechos.

Y de eso se trata, de hechos concretos y no de mera especulación. Aquí, en la comunidad, hay por suerte empresas valientes que están legítimamente tratando de llegar a un mercado complejo y plural de 350 millones de habitantes. Lo hacen con enorme esfuerzo y con una voluntad de hierro que pasa, primero, por la inversión y el conocimiento para luego tratar de afianzar los negocios y los cauces de exportación. Tienen mucho mérito quienes desde esa humildad castellana acuden a un mercado tan amplio como el estadounidense para sembrar en una tierra, aparentemente hostil, y cosechar después los éxitos que son, a la postre, la consecuencia directa de la perseverancia y la apuesta innovadora.

Si España ocupa ahora el séptimo puesto mundial de países que más alimentos exportan es porque también desde aquí, desde Castilla y León, se ha optado por la modernización de la cadena productiva, por el talento y la competitividad. Y si nuestro país es, en el conjunto de la UE, el cuarto en exportaciones, por detrás de Holanda, Alemania y Francia, es porque hemos creído en la economía colaborativa y en la excelencia de nuestras marcas. Cierto es que todo eso no basta para triunfar en el exterior, porque falta aún mucho camino por recorrer. Y para empezar, nos hace falta mayor capacidad de adaptabilidad a los mercados externos. No podemos ir pensando que lo que aquí triunfa, necesariamente allí también lo va a hacer sin más esfuerzo que el de la calidad. Eso es solo una de las cuatro patas de la mesa. Las otras tres son el precio, el etiquetado y el marketing. Y ya sabemos que si una de esas patas cojea, la mesa acabará tambaleándose.

Estados Unidos es un mercado estratégico para la comunidad, como así lo ratifica el hecho de que más de 1.200 empresas de Castilla y León ya vendan sus productos allí, pero estamos solo en el principio de una senda que puede traer riqueza a nuestro tejido empresarial y convertirse en un verdadero motor de creación de empleo, principalmente en el territorio de origen. La lucha contra la deslocalización empieza por ahí, sin duda. Y lo emocional y el orgullo por lo propio, también.