Tú y yo, muchacha, estamos hechos de nubes", decía el cantautor y poeta extremeño Pablo Guerrero a comienzos de los setenta, usando las nubes como metáfora de libertad, pero también del carácter efímero y frágil de nuestra vida terrenal. De una sociedad compuesta por personas débiles y frágiles ("Porque Él conoce nuestra condición; se acuerda de que somos polvo") solo cabe esperar relaciones frágiles, economías frágiles, acuerdos frágiles, políticas y leyes frágiles.

Pero ante la fragilidad y la debilidad individual siempre hay lugar para la ayuda del otro, el cuidado, que supone la esencia misma de la persona que prioriza el ser útil sobre el ser y que, por lo general, pasa desapercibido, quedando relegado a la esfera privada. Aceptar individualmente nuestra vulnerabilidad, nuestra imperfección, contribuye a crear espacios de crecimiento personal y de entendimiento con los demás, lejos de los discursos inequívocos de aquellos que se creen con la verdad absoluta. La profesora Brené Brown, que ha investigado en la Universidad de Houston los procesos mentales y sociales que nos llevan a convertir en cierto todo lo incierto, destaca que "de la vulnerabilidad nace la dicha, la pertenencia, el amor".

Somos frágiles, habitamos un planeta frágil que estamos llamados a cuidar y lo compartimos con hermanos frágiles que requieren nuestro cuidado. Cuidar es proteger, velar, defender, custodiar, aliviar, educar, soportar la carga de otros. Solo en nuestro país casi un millón y medio de personas se encuentran en situación de dependencia, es decir, necesitan de otra persona para sobrellevar el día a día. Pero hay tantas situaciones de fragilidad posibles como personas (los excluidos, los migrantes, los enfermos, los que se equivocan y necesitan otra oportunidad, los jóvenes?) y parece no existir excusa para retrasar la construcción de la sociedad del cuidado, un cambio de rumbo en las relaciones, en las organizaciones y en la economía.