Esta madrugada me agradó la primera noticia que escuché y que, al parecer, ha impac-tado unánimemente en todos los periódicos: "La nueva ronda de consultas del rey obliga al PSOE a definirse antes del 25", dice uno de ellos. Otros son más drásticos en su fórmula. Pero todos nos ofrecen la intervención del rey para incitar a la solución del bloqueo en que se halla la formación de Gobierno en España. Parece que -ahora sí- actúa el jefe del Estado de una manera más positiva en el conflicto. Resulta escandaloso que durante diez meses España no tenga un gobierno efectivo, aunque haya seguido adelante gracias a la actuación de un "gobierno en funciones". La inoperancia de los altos responsables políticos ha sido manifiesta.

Hace años, a consecuencia de un golpe de estado, se dio el principio (nada más) de lo ahora ocurrido. Don Adolfo Suárez, cansado de la situación y -según sus propias palabras- para que la democracia no fuera solo un acontecimiento puntual en la vida de España, abdicó de la Jefatura del Gobierno y se inició una votación para investir a don Leopoldo Calvo Sotelo, su vicepresidente. Sabemos lo que impidió aquella votación teniendo como protagonista a don Antonio Tejero, de cuyos disparos queda el recuerdo en el techo del mismísimo Congreso.

Solucionada la situación de "golpe" por la intervención del rey, en su calidad de capitán general de todos los Ejércitos, el mismo rey citó a todos los representantes de los principales partidos políticos y los convenció para que se repitiera la votación; así se hizo, con resul-tado positivo unánime. Fue decisiva aquella primera intervención importante del rey, don Juan Carlos I, después del 23 F de 1981.

En el gravísimo problema actual el rey, don Felipe VI, ha intervenido dos veces, realizando dos rondas de consultas con los partidos políticos (menos los dos que no han querido acudir); y proponiendo como candidatos a la investidura, primero al candidato del segundo partido más votado -porque el primero dijo que no contaba con los apoyos suficientes- y en segundo lugar al primero, que esta vez aceptó. Como también esta vez la votación resultó negativa, tuvieron lugar unas segundas Elecciones, que tampoco resolvieron el problema. Se ha producido, como consecuencia, un período de reflexión, en el que los partidos políticos no han alcanzado acuerdo; y ahora nos encontramos en la disyuntiva de ese acuerdo, si se diera, o unas terceras elecciones.

Hasta el momento, el jefe del Estado, su majestad el rey, se ha limitado a ejercer escrupulosamente lo que le permiten las leyes, reduciendo su actividad a una actitud neutral, sin excederse en realizar funciones que se salieran de lo normal. Y el resultado es la ambigua situación en la que nos encontramos. Ahora, según las noticias que nos han llegado, parece que la intención del rey es realizar una tercera consulta; pero, a diferencia de las anteriores, su actuación quiere ser menos neutral y más decidida hacia la solución definitiva del bloqueo, promoviendo que -por fin- prospere la candidatura del señor Rajoy y llegue a ser investido presidente del Gobierno. Si esto fuera así, tendríamos otra vez al rey interviniendo -como hizo su padre- para que, habiendo hecho la presentación de candidato a una nueva sesión de investidura, la votación siguiente diera resultado positivo. De nuevo el rey habría conseguido despejar el impedimento bloqueante

Esto lleva a considerar profundamente el papel que la Constitución asigna al jefe del Estado. En el estado actual, ese jefe queda reducido a ocupar la cabecera de aquellos españoles (muy numerosos) para los que "todos los días del año son domingo". Y, entre tantas genialidades como profieren los que abogan por una reforma de la Constitución, no he oído a ninguno que hable de la necesidad de atribuir al jefe del Estado -al monarca en este caso- unas amplias atribuciones, que incluyan la posibilidad de no esperar diez meses -ni diez días-, sino unas diez horas, para intervenir de manera tajante y que no vuelva a ocurrir lo que estamos padeciendo. A situaciones fuera de lo normal deben responder, legalmente, actuaciones de, a quien corresponda, fuera de las normales.